La gran sonrisa de Amadou Diallo vuelve a abrirse, mostrando la armonía de sus dientes y el blanco del esmalte. Durante unos meses entre 2021 y 2022 su semblante había perdido la alegría que le caracteriza, un velo de tristeza nubló su mirada. El Comité Paralímpico Internacional le acusó de doping tras los Juegos de Tokio. Demostró su inocencia y quedó exento de culpabilidad voluntaria, aunque le sancionaron con tres meses sin jugar. “Sacaron un comunicado sin contar por qué di positivo. Me dejaron como si fuese un dopado”, lamenta. El grancanario pasó página bajo los aros, siendo una pieza clave en su equipo, el CD Ilunion, y en la selección española de baloncesto en silla de ruedas, con la que ganó la plata europea el pasado año. Ahora espera subir al podio en los Juegos de París y resarcirse del cuarto puesto logrado en la capital japonesa.
“Habíamos arrasado en la fase de grupos, ganamos a Alemania en cuartos, pero no supimos levantarnos de la derrota de semifinales ante Estados Unidos. En la pelea por el bronce Gran Bretaña nos superó. El golpe fue grande porque las expectativas eran altas, nos dejó un sabor amargo”, comenta sobre la cita de Tokio. Sin tiempo para asimilar el disgusto en la cancha, le llegó otro revés al dar un resultado adverso por una sustancia prohibida en una muestra de orina. “Estaba destrozado. Mi club realizó una investigación privada y averiguó que fue un dopaje involuntario. Unos meses antes me había tomado un polen de abeja de un herbolario y en el etiquetado del bote no llevaba incluido que contenía sibutramina. Un producto ilegal, que está comprobado que no mejora el rendimiento del deportista, aunque me tome cinco kilos”, cuenta.
Mentalmente fueron meses muy duros para él, ya que no podía ayudar a su equipo en Liga ni tampoco a la selección. De hecho, se perdió el Europeo de Madrid en 2021. Le molesta que el IPC emitiese la información sin contar lo que había ocurrido: “Me reconocieron por escrito que no tenía culpa, pero no enmendaron su error, los medios se hicieron eco de una realidad a medias. Mi nombre quedó manchado y limpiarlo no está en mis manos, es algo que no se quita ya y me duele. Al final, fui un peón más en la guerra que mantienen abierta el IPC y la Federación Internacional de Baloncesto en Silla de Ruedas (IWBF). Me sancionaron tres meses. Eso sí, no me quitaron el diploma paralímpico que gané en Tokio”.
El pívot de 1,86 metros y brazos arácnidos está listo para intimidar en la pintura y ayudar a España en la toma de París. “Soy un soldado, un guerrero dispuesto para lo que el equipo necesite. Tengo la confianza y la madurez suficiente para no arrugarme ante ninguna situación y confío en nuestro nivel para llevarnos una medalla”, recalca Amadou que, de adolescente, por prejuicios y miedo al rechazo, se negaba a subirse a una silla para jugar al baloncesto. Nació en Las Palmas de Gran Canaria, donde sus padres llegaron en 1989 huyendo de Senegal tras el conflicto que había estallado con el país vecino de Mauritania.
“Mi padre viajaba mucho a las islas, comerciaba con pescados y mariscos. Cuando empezó la guerra se marcharon con lo puesto en un avión de un amigo, tuvieron suerte, si no hubiesen salido habrían tenido problemas, mataron a mucha gente”, cuenta. Con tres años le diagnosticaron un trastorno neurológico llamado mielitis transversa, provocado por una inflamación de una sección de la médula espinal que afecta a los miembros inferiores. “Tenía fiebre muy elevada y saltaron las alarmas cuando descubrieron la afectación. Pasé tres años en el hospital, salí con una paraplejia, aunque recuperé mucha movilidad con la rehabilitación”, explica.
El pequeño Amadou creció en Vecindario, en el municipio de Santa Lucía de Tirajana, donde entre juegos compartidos y una pelota encontró su identidad rodeado de su familia, su gran motor. “Era muy inquieto y me encantaba el fútbol, jugaba desde que salía del colegio hasta que anochecía. A veces mis primos me ponían de portero porque sus piernas acababan llenas de magulladuras por los golpes que recibían de mis muletas”, dice riendo. La desazón se instaló en él cuando supo que no podía competir federado como el resto de niños. Durante un tiempo se pasaba las tardes estudiando o en el sofá de casa sin hacer nada. Hasta que sus padres se cansaron.
“Me dieron a elegir entre la natación y el baloncesto, así que como le tengo pánico al agua, agarré el balón cuando tenía 16 años. Me llevaron al CB Sureste GC Santa Lucia y no quería sentarme en una silla, por mi ignorancia no me identificaba con la discapacidad, no me veía igual que aquellas personas porque yo caminaba. El trato fue probar unos meses y luego lo dejaba. Pero me enganchó y supe que tenía que aprovechar la oportunidad para sacarle rendimiento”, reconoce. Cada día agradece a sus progenitores su insistencia y apoyo porque se ha convertido en un referente con un gran palmarés.
Poco a poco se tomó más en serio el deporte de la canasta, fichó por el Econy Gran Canaria, luego por el Bidaideak Bilbao y hace siete temporadas dio el salto al CD Ilunion, uno de los clubes más laureados de Europa, con el que ha conseguido una Liga, cuatro Copas del Rey y una Supercopa: “Se me resiste la Champions, he perdido tres finales”. Llevaba apenas seis meses de entrenamientos y vistió por primera vez la elástica de España en el Mundial sub-22 de París en 2009, siendo subcampeón. Su talento, cualidades y entrega descomunal le abrieron las puertas de la selección absoluta, siendo uno de los artífices de las medallas de plata en los europeos de Polonia de 2019 y de Países Bajos de 2023, así como la histórica plata en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016, que quedó grabada en su retina.
“No paré de llorar en el podio, nadie apostaba por nosotros porque ese verano, durante la preparación, ganamos solo dos amistosos y disputamos unos 13. Al final hicimos algo épico. La medalla la tienen mis padres, todo mi esfuerzo es una forma de devolverles lo que hicieron por nosotros al salir de África, por todo lo que han trabajado para sacarnos adelante y buscar un porvenir para su familia”, declara Amadou, que estudió Ciencias Políticas y quiere dedicarse a las Relaciones Internacionales: “Me gusta debatir bastante, en la selección lo hago con Asier García, Jordi Ruiz o Dani Stix, somos medio políticos -ríe-”.
Se siente español por los cuatro costados, pero no pierde ojo a sus lazos con Senegal. Tampoco a Francia, donde residen sus hermanos, Omar y Khady, y sus sobrinos. “Llevan diez años viviendo en París, así que vendrán a verme. No me gusta mucho la ciudad, pero espero que una medalla me haga cambiar de opinión”, bromea. En las gradas del Bercy Arena también estará arropado por otros familiares, entre ellos, sus tres hijos, “mis mayores fans, me hace mucha ilusión tenerlos cerca”. España, que ha recuperado su mejor versión tras llevarse la plata europea en 2023, se medirá en el grupo B a Estados Unidos, Países Bajos y Australia.
“El verano pasado dimos un golpe en la mesa, habíamos perdido el respeto internacional después del batacazo -fueron séptimos- en el Europeo de Madrid de 2021. Pero no teníamos dudas sobre nuestro potencial, volvimos más fuertes que nunca, les hemos demostrado a los rivales que no estábamos muertos”, asevera. Amadou, que cada año asume mayor responsabilidad y se siente contento con el papel que desempeña, quiere sumar sus puntos, rebotes y trabajo defensivo. “Estoy con confianza y dispuesto a darlo todo cuando me lo pida el entrenador, ya sea jugando 40 minutos o diez segundos. En el equipo no hay estrellas, la clave es el grupo, todos aportamos”, agrega.
El grancanario vaticina “una batalla” en cada partido en París porque los ocho clasificados “tienen un nivel brutal. Estados Unidos es el favorito, también Gran Bretaña, pero tenemos armas para ganarles, podemos pelear de tú a tú con cualquiera. La diferencia no está en el físico o en el talento, sino en la confianza, si salimos creyendo que somos capaces, vamos a llegar lejos. Firmaría otra plata paralímpica antes de jugar, pero somos ambiciosos y una vez en la pista, aspiraremos al oro”, sentencia.
AMADOU DIALLO
Amadou Tijane Diallo Diouf (Las Palmas, 1992). Baloncesto. Plata en los Juegos de Río de Janeiro 2016. Subcampeón de Europa en 2019 y en 2023. Disputa en París sus terceros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Simpático, luchador y perseverante.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Los cascos para escuchar música y crema hidratante.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Solo tengo talento para jugar al baloncesto, para todo lo demás soy muy malo -ríe-. Eso sí, se me da bien debatir sobre cualquier tema, política, religión…
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Echar el tiempo atrás para corregir errores.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Al mar, eso me acompaña desde pequeño -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Una pizza, queso y pasta con boloñesa.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A mi isla, a Las Palmas.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Muchas gominolas -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un gato.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Can’t stop the feeling’, de Justin Timberlake. Y libro, ‘El perfume’, de Patrick Süskind.