Apenas 24 horas después de llegar a la cima en Tokio 2020 con una plata paralímpica que tanto deseaba y que había perseguido con tenacidad, bajo la sombra del triunfo notó que algo no iba del todo bien en su interior. Con el subidón de la medalla, el triatleta Héctor Catalá se calzó las zapatillas y se fue a correr por las calles de la capital japonesa. Duró 15 minutos. Lo que se había roto en él no era un músculo ni un hueso, sino su espíritu. Ahí comenzó a gestarse en su cabeza una enemiga silenciosa: la ansiedad. La presión acumulada y no despegar la mirada de la meta hasta alcanzarla le provocó un colapso. En su mejor momento llegó a ver el precipicio, pero el valenciano renació como ave fénix para recuperar el pulso de su carrera. Tres años después, otra vez instalado entre los mejores, vuelve a unos Juegos Paralímpicos.
“En París 2024 me encantaría estar en el podio como hice en Tokio. Allí llegué muy fuerte, con una preparación tan metódica que mis compañeros me decían que era un obsesionado. Eso provocó que entrase después en una espiral negativa. Aquella medalla costó mucho trabajo, estuvimos al límite porque sufrí un golpe de calor y tengo recuerdos nublados de las últimas vueltas. El cuerpo explotó y eso hizo que luego no me respondiese durante meses”, relata. A su vuelta a España sumó un bronce europeo en Valencia y una plata mundial en Abu Dabi “por inercia, porque no sabía levantar el pie del acelerador, pero ya estaba mal física y mentalmente”.
La rutina que le había llevado a la cúspide del triatlón ya no le satisfacía y se convirtió en un infierno. Mareos, dolor en el pecho, nudo en la garganta, fatiga crónica, frustración, lágrimas derramadas y pánico a entrenar. “Me vino de golpe, por la inexperiencia de estar en cotas tan altas tomé decisiones erróneas, me hice sabotaje y la exigencia que me había llevado arriba se volvió en mi contra en forma de ansiedad, estrés, insatisfacción y mal rendimiento”, afirma. Necesitaba limpiar su ánimo y decidió salir de la turbina competitiva para gestionar esa nube negra, pidiendo ayuda profesional.
“Mi cuerpo y mi cabeza no respondían, y a ello se le unió la lesión en el tendón de Aquiles que sufrió mi guía, Gustavo Rodríguez, que se iba apagando por los dolores. Fue la tormenta perfecta, lo pasé tan mal que casi llegué a odiar al triatlón. Me hicieron analíticas y los marcadores hepáticos eran tan bajos como los de una persona con una enfermedad grave. Los médicos insinuaron que el deporte de élite se había acabado para mí. Eso me asustó mucho, le vi las orejas al lobo y me puse en manos de la psicóloga Davinia Albinyana, quien le puso nombre a lo que me pasaba: síndrome de Burnout. Lo más sencillo era haber puesto punto y aparte, pero no me rendí”, explica.
En 2022 se adentró en el ciclismo, que le vino bien para oxigenar y recuperar la ilusión. Aunque fue una etapa efímera, consiguió buenos resultados, con un bronce en Copa del Mundo y un cuarto puesto en la contrarreloj del Mundial de carretera. “Vuelvo a centrarme al 100% en el triatlón. Continúo como deportista gracias a mis psicólogos y a mi entorno, que han sido claves. Mi relación con el deporte ahora es más sana, valoro y saboreo más los entrenamientos. He aprendido a ser más cortoplacista y a vivir cada momento al máximo porque nos creemos eternos y el tiempo no vuelve. Ahora soy más feliz como persona, gane las medallas que gane”, confiesa.
Héctor está acostumbrado a encender una luz cuando le engulle la oscuridad. Desde los seis años sufre la enfermedad de Best, es hereditaria y degenerativa, afecta a la agudeza y al campo visual. Suele evolucionar a partir de los 40 años, pero en su caso fue una excepción. No ve nada con el ojo izquierdo y en el derecho tiene un 10% de resto visual. El punto de inflexión llegó en 2013 tras un accidente con la bicicleta, no vio un pilón de hormigón y chocó contra él, perdiendo cinco dientes. Ahí se dio cuenta de que tenía que readaptar su vida.
“Fue un mazazo cuando el oftalmólogo me comunicó que la pérdida de visión no pararía. Tras salir de la consulta vi a un niño con parálisis cerebral y le dije a mi padre, ‘No me puedo quejar, hay gente que está peor’. Siempre he tratado de ser optimista y de seguir remando a contracorriente”, comenta. Era un tipo sosegado de niño, no le llamaba la atención ningún deporte, aunque decidió apuntarse a natación. “Estuve 13 años nadando en un club, pero no tenía aptitudes, era bastante malo”, dice riendo. De ahí pasó a las carreras populares y a las pruebas de triatlón, hasta que tuvo que parar por sus problemas de visión.
Decidió retomarlo, aunque esta vez, atado a un guía. “Al principio me negué, me puse una barrera mental, no quería depender de nadie. Hasta que probé el tándem y derribé ese muro. Me tiré a la piscina sin saber si tenía agua cuando dejé mi trabajo estable como ingeniero para dedicarme por completo al deporte”, recalca. En sus inicios tuvo casi una decena de ‘lazarillos’ y en 2016 llegaron sus primeros éxitos internacionales en categoría PTVI (ciegos), un oro en el Europeo de Lisboa y un bronce en el Mundial de México. En 2017 conquistó la plata continental en Austria, en 2018 un bronce mundial en Gold Coast y en 2019 se proclamó campeón del mundo en Suiza.
Sus mayores logros llegaron junto a Gustavo Rodríguez, que ya no puede acompañarle. “Su retirada por lesión es injusta. He aprendido de todos los guías, pero él me hizo crecer como persona y triatleta, me ayudó a no bajar nunca los brazos. Mantenemos una bonita amistad”, añade. Ahora, su pareja de baile es el balear Carlos Oliver, aunque también Ángel Salamanca le ha guiado en los últimos años. “Ha sido un cambio radical porque siempre he tenido guías de un perfil muy experimentado, gente que son fuentes de sabiduría, de las que me he empapado. Carlos es un chaval que lo ha puesto todo patas arriba, que me aporta frescura y alegría, algo que a nivel emocional me viene muy bien. Hay buen ‘feeling’ y podemos hacer grandes cosas”, subraya.
En 2023 ganaron las Series Mundiales de Montreal y un bronce en la Copa del Mundo de Alhandra (Portugal), donde Héctor sufrió convulsiones tras un golpe de calor por deshidratación. Esta temporada solo corrieron en Montreal en junio con un quinto puesto. “A pesar de que el bagaje resultadista es escaso, me siento competitivo otra vez, hay una subida a nivel de rendimiento, luchamos de tú a tú con los gallos de la categoría. Estamos fuertes en los tres segmentos, con margen de mejora aún. En el tándem he dado un salto muy grande tras mi experiencia con la selección española de ciclismo, sé exprimirme mucho más. En la carrera a pie estoy recuperando mi nivel, algo que alimenta la confianza para los Juegos. Y la natación es lo que más me ha costado, pero he trabajado la técnica con un biomecánico y también he mejorado. Ha sido una preparación intensa entre Bétera (Valencia) y Sierra Nevada, mi otra residencia”, declara.
Llega a sus segundos Juegos Paralímpicos con energías renovadas y cargado de ilusión. El año pasado estuvo en el Test Event que se celebró en la capital francesa y le encantó competir por algunas de las zonas más emblemáticas de la ciudad: “Lo que más destaco es el ambiente, habrá mucho público y eso motiva. El agua -a la espera de que no haya contaminación en el Sena para que sea apta para el baño- será diferencial porque hay corriente y dificulta el nado de vuelta. El circuito de bici tiene avenidas anchas y curvas amplias, aunque el asfalto es de adoquines y nos obliga a tener todo el tema mecánico en perfecto estado. Allí se nos salió la cadena de transmisión, habrá que llevarla extremadamente tensa y los neumáticos con la presión idónea porque puede haber averías. A pie también hay un tramo de empedrado, pero estoy acostumbrado a carreras de montaña”.
La pareja española está entre las favoritas para conquistar una presea en París, junto a los británicos Dave Ellis y Oscar Kelly o los franceses Thibaut Rigaudeau y Antoine Perel. “Los viviré como si fuesen mis últimos Juegos. No firmo un metal de ningún color, pero no renuncio a nada, vamos con ambición y con humildad, vamos a poner toda la carne en el asador para llevarnos la medalla. Si viese imposible o no creyese en el podio, me habría quedado en casa. Cualquiera puede ganar, hasta que no se cruza la medalla no se puede dar nada por hecho. Después de todo lo que he sufrido, mi triunfo no es una medalla, sino el no haberme rendido. Tras el problema de salud mental, lo más sensato habría sido bajarme del barco, pero aquí sigo, no he dicho aún mi última palabra”, apostilla.
HÉCTOR CATALÁ
Héctor Catalá Laparra (Valencia, 1988). Triatlón. Plata en Tokio 2020. Campeón del mundo y de Europa en categoría PTVI. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Disciplinado, cabezota y con fuerza de voluntad.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Las zapatillas de correr, el reloj de entrenamiento, el bañador y las gafas.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Quizás la disciplina que tengo, que sé llevarla a más facetas de mi vida, no solo al deporte. También el saber ordenar la vida de los demás, se me da bien -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Volar.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Tengo claustrofobia y miedo a no intentar algo.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
La paella valenciana de mi madre.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la montaña, ya sea la de Serra (Valencia) o cualquier otra. Los Pirineos también me tira mucho.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Material deportivo como las zapatillas de correr y el bañador -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un perro.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Renegades’, de X Ambassadors. El libro ‘Piénsalo otra vez’, de Adam Grant. Y la película, ‘Matrix’.