Bajo un cielo límpido y con el sol tibio de las primeras horas del día que iluminaba la terraza, Susana Rodríguez daba rienda suelta a su imaginación con aquellas ‘olimpiadas’ fraternales junto a Patricia, su hermana mayor, aliada, referente y guía de vida. Tenía ocho años y una chispa de diversión bailaba en sus ojos cuando trataba de emular a los deportistas que veía en los Juegos de Atlanta 1996. Buscaban en una enciclopedia Atlas las banderas de los países y se las pegaban en las camisetas para competir entre ellas. Los deportes eran saltar a la comba, correr, fútbol y otros ejercicios con una pelota. Dos décadas después dejó de tomar prestados esos sueños de la infancia y se adueñó de ellos. La viguesa se estrenó en Río de Janeiro 2016, luego tocó la cima en Tokio 2020 con un oro y ahora, en París 2024, quiere saborear otra vez la miel de la victoria.
En todo ese camino ha engordado su palmarés como triatleta con cinco títulos mundiales y cuatro europeos, además de 56 medallas internacionales que la convierten en la reina de la categoría PTVI (deportistas ciegas o con discapacidad visual). También lloró alguna derrota y la tentó la retirada por un bloqueo emocional y un desgaste profesional, pero se enfrentó a sus debilidades para seguir disfrutando de su pasión con ese carácter arrollador que derrumba muros, con voluntad de hierro, perseverancia, férrea disciplina y esfuerzo ímprobo. Unos valores que empezó a cultivar de pequeña gracias a la educación que le inculcaron en casa. De niña entendió que, aunque la falta de luz en sus ojos limitaba su destreza, el albinismo oculocutáneo no iba a frenarla, al contrario, agitaba esa resiliencia grabada en su ADN.
“La sobreprotección nunca ha estado presente, mis padres me advertían de los peligros, pero siempre me dejaron experimentar. Sabía que no veía, pero intentaba hacer lo mismo que mi hermana, a pesar de que me costase más trabajo. Eso me ayudó a forjar mi personalidad y a tener seguridad y capacidad para tomar decisiones en la adolescencia o en mi vida adulta”, confiesa la gallega. De pequeña conectó con la natación, aunque fue el atletismo la disciplina que le cautivó. Empezó corriendo en el colegio de Recursos Educativos Santiago Apóstol de la ONCE en Pontevedra y sobre el tartán llegó a ser campeona del mundo junior en 100 y en 400 metros. Era una promesa en ciernes hasta que su carrera se vio truncada en 2008. Logró la mínima para los Juegos de Pekín, pero había seis plazas para siete atletas y ella se quedó sin premio.
“Fue un palo ya que mi vida estaba organizada en torno a acudir a esos Juegos. Ahora que llevo tantos años en esto, te das cuenta de que, por intereses personales o criterios técnicos y federativos, hay deportistas que se quedan en casa de manera injusta, es algo que sigue repitiéndose. Para mí fue una circunstancia muy dura y, además, ese verano había fallecido uno de mis mejores amigos. Pensé que era mi final en el deporte, pero a la larga comprendí que cuando se cierra una puerta se abren ventanas”, relata. El mal trago le hizo guardar las zapatillas de correr durante dos años y aprovechó para estudiar Medicina.
Cicatrizaron las heridas al toparse por casualidad con el triatlón, deporte con el que resurgió de las cenizas. Convenció a su amiga Iris Toral para que la acompañase a una competición de duatlón en Gijón. La escasa preparación la hicieron en el parque de la Alameda, en Santiago, con un pesado y desvencijado tándem sobre el que no aguantaban en pie ni diez minutos. “Los niños con sus bicicletas nos adelantaban a toda velocidad”, recuerda entre risas. La combinación de los tres deportes le insufló una energía renovada e ilusión. Volvió a sacar esa vena competitiva y los resultados no tardaron en llegar. En 2012, con Mayalen Noriega, ganó su primer Mundial en Auckland (Nueva Zelanda): “Fue muy especial y épico, nadie contaba con nosotras, no teníamos ningún tipo de ayudas ni material”. Ahí comenzó su advenimiento en la élite.
Su persistencia y voracidad le han encumbrado a lo más alto, coleccionando metales en las principales competiciones internacionales. En Río de Janeiro 2016 cumplió ese sueño de la niñez al debutar en unos Juegos Paralímpicos. Lo hizo con Mabel Gallardo a su lado y terminó en quinta posición. “Fue una experiencia brutal a nivel personal, pero en lo deportivo no salió como esperaba. Eso sí, el oro de Tokio empezó a construirse en Río”, asegura. En el siguiente ciclo cambió de guía y los éxitos seguían cayendo con Paula García al imponerse en los mundiales de Gold Coast (Australia) en 2018 y de Laussane (Suiza) en 2019. “Paula me aportó confianza para competir y con ella avancé mucho en el tándem y en la natación”, cuenta.
Sin embargo, a las puertas de los Juegos de Tokio 2020 decidió apostar por Sara Löehr como nueva compañera de batallas. Con la catalana se llevó otras dos preseas mundiales y un sinfín de medallas, todo lo que tocaban lo convertían en oro, llegando a estar invictas durante 16 pruebas consecutivas, hasta verano de 2023. La joya de su corona fue el triunfo en la cita paralímpica de la capital japonesa. No tuvo un camino sencillo ya que en 2020 le detectaron una cardiopatía y desde entonces le acompañan un desfibrilador portátil y un holter bajo la piel. “Al principio fue difícil porque tenía miedo, sobre todo, cuando nadaba en aguas abiertas. Dejé de pensar en ello si quería ganar en Tokio. Aquella victoria la hace más grande por los obstáculos que tuve, me siento muy orgullosa”, asevera.
En unas exigentes condiciones en el ‘infierno’ de la Bahía de Odaiba, la viguesa ofreció su mejor versión para llevarse el oro: “Fue uno de los mejores días de mi vida, jamás olvidaré el momento de estar en el podio, ahí te das cuenta de lo que has hecho. Me quité un peso de encima, era lo único que me faltaba en mi palmarés. Y sin apenas descanso disputé los 1.500 metros T11 con Celso Comesaña para llevarme un diploma y cerrar así un círculo como atleta”. Susana siguió en la cresta de ola, acumulando medallas, sin embargo, en 2022 le tocó vivir uno de los peores episodios como triatleta ya que tuvo que lidiar con el síndrome de burnout, un fenómeno común en deportistas de alto nivel que están sometidos a una elevada presión y que acaban quemados.
“Llevaba cinco años en un bucle de autoexigencia, trabajaba en el hospital, entrenaba varias horas al día, seguía a full y dormía menos de lo que se requiere, todo con el objetivo de llegar a tope a Tokio. Todo eso obtuvo su recompensa, pero luego no supe levantar el pie del acelerador, sentía presión, quería competir y seguir ganando. No me parecía que los entrenamientos y las carreras los hacía bien a pesar de que los resultados eran inmejorables. Lloraba, dormía mal e iba a competir por inercia, no me apetecía. Y la bomba acabó explotando, dejé de entrenar, tuve un bloqueo mental, creí que ya no valía para el deporte, tenía poca motivación y la cabeza era incapaz de buscar soluciones a cualquier problema diario, me sentía sin recursos para salir adelante”, explica.
Con ayuda psicológica y rodeándose de un amplio equipo de profesionales, la viguesa regresó más fuerte. “Me ha servido para crecer como persona y deportista, vuelvo a disfrutar del triatlón”, dice. El pasado año derramó lágrimas de impotencia tras quedarse sin el oro en el Mundial de Pontevedra por una injusta sanción. Aquella fue la última vez que nadó, pedaleó y corrió al lado de Sara Löehr ya que prescindió de sus servicios. “Con ella compartí la etapa más importante de mi trayectoria. Aunque el guía es imprescindible, la que decide con quien compite es la persona con discapacidad visual. Fue por motivos deportivos de cara a París 2024, era una apuesta arriesgada, pero tenía que hacerlo si quería aspirar otra vez a lo más alto”, comenta.
Ahora es guiada por Sara Pérez, olímpica en natación en Atenas 2004. “Es una profesional, le gusta cuidar todos los detalles alrededor de un evento deportivo, es una persona que le da importancia a la preparación a nivel mental y tiene un nivel de nado muy superior al mío, me transmite seguridad. Me gusta que sea también perfeccionista, no le importa repetir e insistir en las cosas en las que tenemos más dificultades”, resume. Debutaron en 2023 en Málaga con un triunfo y este año solo han disputado tres pruebas: oro en Montreal y plata en Yokohama en las Series Mundiales. Y en la Copa del Mundo de Vigo sufrieron una aparatosa caída con el tándem a más de 70 km/h.
“Fue el mayor susto de mi vida. Ese día estrenaba casco y, aunque se rompió, me salvó de algo peor. Fue un milagro que no tuviéramos ninguna fractura, solo quemaduras y heridas. Supuso un hándicap para la preparación, pero no vimos peligrar los Juegos. Al final, aprendes más de los momentos duros que de los éxitos, son una razón más poderosa para continuar y buscar el siguiente reto”, afirma la gallega. En junio volvieron con un oro en Montreal, un nuevo aviso a sus rivales de cara a París.
“Estamos fuertes y sólidas en los tres segmentos, nos llevamos genial, hay complicidad. Hemos trabajado bien para llegar en nuestra mejor versión a los Juegos, ilusionada, fuerte y con ganas. Tengo presión por los resultados anteriores, pero no es justo pedirle a nadie que lo único aceptable sea ganar el oro, me merezco disfrutar”, matiza. La número uno del ranking mundial está convencida de que en los márgenes del Sena y a los pies de la Torre Eiffel lo puede volver a hacer, escalar a lo más alto como ya hizo en Tokio. Tendrá como principal adversaria a la dupla italiana formada por Francesca Tarantello y Silvia Visaggi, vigente campeona del mundo.
“Hay parejas que son más jóvenes y están fuertes, pero deberán ponerse las pilas para ganarnos. He sobrevivido a varios cambios generacionales y a todas las vueltas de tuerca que ha habido, es un valor añadido seguir arriba a pesar de los años. Mi objetivo es ir a por el oro, si digo lo contrario, me estaría engañando. Pero estará difícil porque todas queremos lo mismo. Voy a intentar hacer la mejor carrera de mi vida para sacar un buen resultado. Ya tuve la oportunidad de ganar unos Juegos y por qué no repetirlo”, apostilla la doctora Rodríguez, una triatleta que supera cada desafío con dosis de tenacidad.
SUSANA RODRÍGUEZ
Susana Rodríguez Gacio (Pontevedra, 1988). Triatlón. Oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio. Pentacampeona del mundo. Cuenta con más de 50 medallas internacionales. En París disputa sus terceros Juegos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Constante, sincera y amigable.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Las zapatillas de Adidas para correr.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
No.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Saber al 100% si alguien miente.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A la soledad.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El chocolate.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A cualquier viaje para conocer lugares sin un triatlón de por medio -ríe-.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Algo relacionado con mi familia.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un perro labrador.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Dreams’, de The Cranberries. Una película, ‘Coco’.