En plena pandemia de la Covid-19 su imagen esprintando mientras huía de dos tiburones apareció en numerosos medios de comunicación de España. En esos 100 metros que le separaba de la orilla, Ariel Schrenck se dejó la piel y el alma, algo que lleva haciendo desde crío en una piscina para derribar muros y sumar conquistas. El catalán, siempre en alerta ante los cambios, con pasión y porfía, es un currante de la natación española que recién empieza a granjearse resultados en la élite. Tras la desilusión de quedarse fuera de Tokio 2020 persiguió su propia catarsis con energías renovadas, sin presión y paladeando más cada brazada, hasta alcanzar su redención: en París afrontará el reto de sus primeros Juegos Paralímpicos.
“Es una oportunidad de oro que quiero aprovechar para demostrar mi potencial y agradecérselo, con un buen rendimiento, a todos los que han apostado por mí”, esgrime. Por sus venas corre sangre argentina, nació en Buenos Aires, pero con apenas un año, a las puertas del estallido del ‘corralito’ bancario que sumió al país en una de sus peores crisis, sus padres y él emigraron. Se instalaron en Sant Feliu de Guíxols (Girona), uno de los municipios con más encanto de la Costa Brava, entre acantilados y calas escondidas de aguas cristalinas. “Es un pequeño paraíso. Pesaron dos cosas para marcharnos, la inestabilidad económica y la atención médica, querían darme una mejor calidad de vida”, asegura.
Vino al mundo sin la mano izquierda porque no se había desarrollado durante la gestación. “Nunca supimos a qué se debió. Tampoco les preocupó a mis padres. En casa, pena ninguna. En los primeros años de colegio pasé algún mal trago porque me hacían ‘bullying’, pero tuve una infancia muy feliz. Me siento afortunado por los valores que me inculcaron, el no puedo no formaba parte de mi vocabulario. Aunque a veces llegaba llorando porque no podía hacer ciertas cosas como otros niños, por ejemplo, jugar al baloncesto, sacaba esa actitud positiva para salir hacia delante y afrontar cualquier desafío”, relata.
Aquello no iba a frenarle. Hasta los 12 años creció con un balón de fútbol en el equipo de su pueblo y en el CE Cristinenc, “pero no era buen jugador y decidí quedarme en la piscina”. El veneno de la natación se lo inoculó su familia materna: “Mi abuelo fue árbitro y también piragüista, entrenó a sus seis hijos, dos tíos míos llegaron a competir con la selección argentina, y mi madre nadaba en aguas abiertas”. A los cuatro años comenzó en los cursillos en el CN Riembau y hasta los 16 se medía con rivales sin discapacidad. “No quedaba tan mal posicionado entre ellos, pero no destacaba. Mi gracieta era decir ‘A ver a cuántos que tienen brazos y manos les puedo ganar’, esa era mi motivación”, dice riendo.
En 2013 descubrió en Platja D’Aro la natación paralímpica y se le dibujó un nuevo horizonte. Aunque tuvo que esperar un par de años más para dar el paso. “Había fallecido mi abuelo y también el mejor amigo de mi padre y no quise presionar en casa para informarnos y empezar con esta aventura. En 2015 fui a un Campeonato de Cataluña en Terrassa y quedé tercero en 50 mariposa, aunque no me llevé la medalla porque no había pasado una clasificación médica y no tenía asignada una categoría”, cuenta. Las cualidades innatas que atesoraba no pasaron desapercibidas para Roger Cruañas y María Folgado, entrenadores del CN Mataró, quienes le ofrecieron la opción de fichar por el club.
“Ahí vino el cambio grande. Tenía velocidad, pero me faltaba capacidad de sufrimiento, así que estaba dispuesto a hacer lo que me exigieran para crecer. Decidí tomármelo más en serio, entrenar más horas y cuidar la alimentación”, reconoce. En 2018, con 16 años, ganó el Campeonato de España AXA de Promesas. Ese fue el inicio de su despegue. Esa misma temporada debutó en un Europeo en Dublín (Irlanda) colgándose una plata en la prueba de relevos. Cuenta con otros tres bronces internacionales, dos en europeos (2021 y 2024) y uno en un Mundial (2022), todos cosechados en la misma piscina, en Madeira (Portugal).
En su aún corta trayectoria también acumula frustraciones y algún que otro varapalo, como el no clasificarse para los Juegos de Tokio 2020. Se quedó a tres décimas de la mínima. Él perseveró y continuó entrenando ese verano a la espera de una invitación que no recibió. “Venía de tener un par de años malos, con una tendinitis en el hombro y una fractura del codo tras caerme con un patinete. Tenía asumido que no llegaría por la lesión, aunque trabajé mucho y lo di todo, al final me quedé a las puertas. Es lo que tiene la natación, te da alegrías cuando salen las marcas y el agua me hace sentir como si estuviese en casa. Lo más duro es que te esfuerzas al máximo y sacrificas tu vida social o académica, y todo eso no te garantiza éxitos. Pero soy muy positivo, soy más de ver el vaso medio lleno, siempre llegan más oportunidades”, explica.
Necesitaba contagiarse de un nuevo entusiasmo y lo encontró en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat (Barcelona) al enrolarse en el grupo de Jaume Marcé. París 2024 era el objetivo. “Fue más por una cuestión logística y económica, ya que mis padres tenían que pagarme todos los gastos cuando vivía en Mataró y en el CAR ahorraba costes y estaba más cerca de la universidad, en la que estudio Ingeniería de Datos. Han sido unos años de altibajos, es difícil compaginarlo, sobre todo en periodos de exámenes cuando llegas más cansado a los entrenos, pero por suerte tengo profesores comprensivos que me facilitan el día a día”, subraya.
Ariel vive a tanta velocidad como nada. En estos meses su despertador sonaba temprano, amanecía en la piscina, luego acudía a clase, comía y regresaba a los entrenamientos. Después de cenar cogía otra vez los libros antes de irse a dormir a las 22.30. “Ha sido una locura de rutina, aunque lo saqué adelante. Renuncias a muchas cosas, pero soy feliz con la vida que llevo, la carrera de un deportista es corta y hay que aprovechar cada segundo, sin olvidarme de labrar un futuro laboral para cuando cuelgue el bañador”, expresa.
Sabe lo que ha costado y por ello aterriza en sus primeros Juegos Paralímpicos con la mayor de las ilusiones y con ganas de saborear cada momento. “Es un reconocimiento por el esfuerzo de todos estos años, un gran desafío. Voy por una invitación, me habría gustado hacer la mínima, así que me siento obligado a darlo todo para responder a esa confianza. Quiero comerme la piscina también por mi familia, esto es un premio para ellos, espero que disfruten viéndome porque se lo merecen”, agrega.
En estos últimos años ha pasado de ser un nadador mediofondista a velocista, su ánimo se ha transformado, ha ganado confianza y maneja mejor la presión en competición. En París nadará las pruebas de 50 libre S9, 200 estilos SM9 y 4×100 libre mixto 34 puntos. “Voy con mucha hambre y sin la tensión o los nervios de los favoritos, que se juegan mucho, y eso puede hacerme más peligroso. El 50 libre es una lotería y si alguien resbala, que la suerte me pille entrenado. Estará caro, pero quiero meterme en las finales y hacer mejores marcas personales. No tengo nada que perder, estoy en los Juegos por los pelos, así que lo venga de más será un regalo”, finaliza.
ARIEL SCHRENCK
Ariel Schrenck Martínez (Buenos Aires, 2001). Natación. En París debutará en unos Juegos Paralímpicos. Plata en relevos en el Europeo de Dublín 2018, bronce en relevos en el Europeo de Madeira 2021 y bronce en relevos en el Mundial de Portugal 2022.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Cabezota, persistente y divertido.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Los auriculares para escuchar música.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Se me da bien jugar al ‘Counter-Strike’ en el ordenador, y con el factor de que me falta una mano -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Volar.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A nada en particular.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El chocolate.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la cala D’en Bosc, en Sant Feliu de Guíxols (Girona).
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Un cuchillo, un mechero y mucha cuerda.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un águila.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Believer’, de Imagine Dragons. Y película, ‘Cars’.