Cada 12 de diciembre, desde hace dos décadas, Kike Siscar regresa al mismo punto de la autovía de Murcia, en la salida de Los Martínez del Puerto, y deja trenzada con cinta adhesiva sobre un hito kilométrico un clavel de la Ermita de la Virgen de ‘El Pasico’. Celebra así su otro cumpleaños. Aquel es el kilómetro cero de su nueva vida tras el accidente de coche con el que su destino dio una vuelta de campana. El siniestro truncó los planes que tenía en su juventud, pero con los años le abrió las puertas del tenis en silla de ruedas, una modalidad que le atrapó y que ha guiado su camino. Empuñando la raqueta se ha instalado entre los 40 mejores del mundo, ha cosechado 50 títulos internacionales y va a disputar en París sus segundos Juegos Paralímpicos.
“Quién me lo iba a decir a mí, cuando a finales de 2013 jugué por primera vez con una silla que se caía a pedazos y con un frío que pelaba, pero moverme con libertad y golpear la pelota me hizo sentir vivo otra vez. Llegar a la élite ha costado lágrimas, sudor y sangre. Me siento un privilegiado y por eso quiero saborear cada minuto en el mayor evento al que podemos aspirar los deportistas”, subraya. Diez años antes de su estreno tenístico cursaba la carrera de Ingeniería Técnica en Informática de Sistemas y volvía a casa tras ver un entrenamiento del Real Murcia CF cuando una rueda de su coche reventó. El vehículo dio varias vueltas y se fracturó la médula espinal con una rotura incompleta en la zona L1-L2.
“Nunca sentí rabia ni me paré a pensar en por qué me tocó a mí. Pudo haber sido mucho peor, pero por suerte salí vivo, así que tenía claro que iba a aprovechar esa segunda oportunidad, exprimiendo cada segundo y sonriéndole a la vida, con el respaldo de mi familia y amigos”, afirma. Con determinación, aplomo y optimismo encaró su nueva situación. A Kike se le quedó grabada la frase que le dirigió su fisioterapeuta, Ramón Rábago, cuando le vio contraer el cuádriceps derecho: “Me dijo que si trabajaba duro volvería a caminar”.
Se volcó en su recuperación durante su estancia en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde pasó más de ocho meses, en los que le enseñaron a adaptarse. “Allí fue la única vez que mis padres me vieron llorar cuando por un problema que me vieron en la rodilla me comentaron que igual tenían que amputarme la pierna derecha”, recuerda. El diagnóstico quedó en un susto y pudo retomar la recuperación. Empezaba a las nueve de la mañana, sin hora de salida. Sesiones de fisioterapia, natación, gimnasio, tenis de mesa… A todo se apuntaba con tal de ganar fuerza y mejorar su movilidad. “No paraba quieto, incluso probé el baloncesto, pero no era para mí, me caí al suelo haciendo una bandeja y lo dejé”, dice riendo.
Salió del hospital en silla, aunque consiguió aparcarla para moverse en muletas. Sacó tiempo para seguir vinculado unos años más al fútbol, su otra pasión, pero en esta ocasión como entrenador de chavales en Torre Pacheco, donde había jugado desde pequeño. Era buen futbolista e incluso llegó a hacer las pruebas para entrar en ‘La Masía’ del FC Barcelona. “Aquellas fotos con la camiseta blaugrana las tengo escondidas bajo llaves, soy muy fan del Real Madrid”, bromea. Empezó a trabajar como administrativo en el Grupo Caliche y gracias a la insistencia de un compañero, Eduardo Fajardo, acudió a un torneo de pádel y de ahí pasó a recomponer su vida deportiva a través del tenis, bajo el paraguas de Alejandro Sánchez Pay, su entrenador hasta hace tres años.
“Se despertó en mí la ilusión y esa vena competitiva que siempre he tenido y que me hacía conectar con mi yo anterior al accidente”, reconoce. En una década como tenista ha acumulado en sus vitrinas unos 60 trofeos nacionales, así como 50 entre individuales y dobles en el circuito ITF. “Me quedo con el de Almussafes (Valencia) en 2014 y el internacional que gané en Toulouse en 2019. También con las tres platas que he conseguido con la selección española en la Copa del Mundo”, añade.
Su travesía no ha sido sencilla, ya que ha tenido que hacer encaje de bolillos para compaginar trabajo y deporte. Su empresa le financia las inscripciones de los eventos en los que participa, pero los viajes se los costea él. “Me dan facilidades para ir a competir, aunque después tengo que recuperar horas laborales. Tengo algunos patrocinadores, amiguetes que apuestan por mí y a los que les estoy agradecidos. Del Top 40 hay muy pocos en una situación similar a la mía, la mayoría se dedica en exclusiva al tenis. A veces he ido a un torneo y me ha costado más dinero la inscripción que el premio en metálico recibido por haberlo ganado. No me alimento ni pago las facturas con el tenis. Pero es lo que hay, si la vida no te lo pinta bonito, ponle tu color favorito. O como dice Carlos Alcaraz, tira de corazón, cabeza y cojones. Esto es una pasión que tengo y lo dejaré cuando ya no disfrute”, recalca.
Con pocas horas en su día a día, busca siempre la calidad en los entrenos por encima de la cantidad. Con esa premisa se plantó en Tokio 2020, un anhelo que pudo cumplir tras lidiar con una montaña rusa de emociones. Unos meses antes falleció su abuelo materno, Joaquín, que alardeaba por cada rincón de Torre Pacheco de los éxitos de su nieto. “Su fallecimiento me pilló de gira por Sri Lanka y supuso un punto de inflexión en mi carrera, me prometí no bajar los brazos y alcanzar el sueño que me habría gustado compartir con él. Los Juegos los disfruté como un niño en un parque de atracciones, saboreando cada momento. Deportivamente no salió bien, perdí en primera ronda, pero aprendí de aquella experiencia”, comenta.
Tras la cita en Japón cambió de entrenador y se puso en manos de Jesús García Pardo, con el que ha ganado “paciencia y saber leer mejor los partidos, sé gestionarlos con más calma. He ganado en confianza y he mejorado en concentración, en agresividad, en movilidad, en el saque y en el revés. Soy un jugador más consistente, estoy en el punto más alto de mi trayectoria, he superado a varios tenistas que son Top 20, ahora tengo nivel para plantarles cara a los de arriba”. El murciano ya tiene olvidada la lesión por un absceso en la zona del glúteo derecho y que le dejó fuera de las pistas el pasado verano. Regresó más fuerte y este año ha cosechado siete títulos, además de una plata con España en la Copa del Mundo.
Envuelto en su mantra del ‘pasico a pasico’ aterriza en sus segundos Juegos Paralímpicos, acompañado por sus familiares y amigos. Sus ojos brillan acharolados cuando piensa en que tendrá en las gradas a su sobrino Thiago, su mayor apoyo y debilidad: “Es el que me da la energía para levantarme cada día. Vivir la experiencia con él, mis padres, mi hermano y mi cuñada será otro sueño cumplido”. Especial será también jugar en la tierra batida de Roland Garros, la que tantas veces ha observado por televisión para ver reinar a su referente, Rafa Nadal. “Mi objetivo es conseguir mi primera victoria en unos Juegos y pasar el máximo número posible de rondas. Soy realista, las medallas son imposibles, pero se lo pondré difícil a cualquiera, voy sin complejos, el que quiera ganarme tendrá que sudar porque voy a pelear hasta la última bola”, sentencia.
KIKE SISCAR
Enrique Siscar Meseguer (Murcia, 1983). Tenis. Cuenta con 50 títulos entre individual y dobles en el circuito ITF y ha sido tres veces subcampeón de la Copa del Mundo con España. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Alegre, cariñoso y amable.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
El cargador del móvil y los cascos para escuchar música antes de los partidos. Siempre me pongo canciones del grupo ‘Imagine Dragons’ para motivarme.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Soy buen entrenador de fútbol, aunque sea mentira -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Retroceder al pasado.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Le tengo miedo a las cucarachas.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Los canelones de mi madre.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la playa de Los Narejos a pasear.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Una caña para pescar.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un perro.
10.- Una canción y un libro o película.
‘No dejes de soñar’, de Manuel Carrasco. Un libro, ‘Open: Memorias’, de André Agassi. Y una película, ‘La vida es bella’.