Cuatro vueltas al velódromo. Un kilómetro. Un minuto en el que la potencia y la furia que bulle en su interior emana de sus cinceladas y aceradas piernas obedeciendo a su cabeza y a su indómito corazón. Seis veces campeón del mundo y con dos oros paralímpicos (Londres 2012 y Tokio 2020), Alfonso Cabello está más vivo y más fuerte que nunca. Dos años estuvo sin competir por Covid persistente, llegó incluso a plantearse la retirada, pero no claudicó. Con sus alas ardiendo como un Fénix, renaciendo de sí mismo, el rey de reyes ha vuelto. En marzo mordió la plata en el Mundial de Río de Janeiro y ahora va a por su tercera presea dorada en unos Juegos. “Entreno para ganar, estoy preparado”, avisa.
La ilusión crepita de nuevo con fuerza en sus ojos y le sobra motivación para encarar otro reto mayúsculo. Aunque asegura que le costó salir de la espiral negativa en la que se vio envuelto por las secuelas del virus: “Hay que tener la cabeza bien amueblada y ser constante para no mandarlo todo al carajo. Ha sido un calvario, el problema más duro al que me he enfrentado, hubo días en los que veía muy oscuro el panorama. Lo he ganado todo y lo fácil hubiese sido tirar la toalla, pensé en dejar la alta competición, pero todavía tengo grandes cosas por hacer, quería volver a intentarlo y ver hasta dónde soy capaz de llegar”.
Acababa de saborear uno de los momentos más dulces de su trayectoria, el oro en Tokio, aderezado con el récord del mundo (1:01.557), cuando le golpeó el Covid-19. “Pasaban las semanas y mis sensaciones iban a peor, no podía dormir, estaba muy cansado y no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama. A lo que más me afectó fue al transporte de oxígeno a nivel celular. Mi saturación era la de una persona de más de 80 años, sufría mucho para sacar adelante un entreno. Mi amor propio hizo que quisiera llegar al Mundial de París de 2022 y fue un error, sometí a mi cuerpo a un esfuerzo para el que no estaba preparado y me pasó factura. Decidí levantar el pie y descansar de la bici durante cinco meses”, narra.
En ese periodo centró su atención en su otra pasión: su empresa de electrónica de automoción y de motorsport. En un taller en su finca en Pozoblanco (Córdoba) repara coches y motos, muchos de los cuales son de coleccionismo. “Me ayudó a no pensar en el ciclismo, a no hundirme, ha sido mi vía de escape y también mi preparación hacia el futuro. En España puedes vivir del deporte mientras obtienes unos resultados muy buenos internacionalmente, pero una vez acabada tu carrera no hay un programa que te ayude a incorporarte al mundo laboral, como ocurre en otros países, y debes buscarte la vida. Y con esta profesión puedo decir que tengo mi futuro garantizado”, recalca.
El ‘rayo’ de La Rambla ya está recuperado y en su mejor nivel de rendimiento. En su búsqueda de lo inexplorado, el ansia competitiva y la voracidad del ciclista andaluz no conoce límites. Es una prueba incontestable de que no hay fuerza más poderosa que la voluntad, él encarna el espíritu de superación y la determinación para sortear con audacia las barreras que se presentan en su travesía. Es algo que lleva haciendo desde pequeño, cuando soportó menosprecios y miradas condescendientes. Nació sin el antebrazo izquierdo. Ciertos malos tragos que le tocó vivir le valieron para blindar su capacidad y aplomo.
“Un día en el colegio se rieron de mí porque no sabía abrocharme los cordones. Lloré mucho, pero me pasé toda la tarde practicando hasta que me salió. Al día siguiente demostré que era hasta más rápido que ellos en atármelos. Eso me hizo crecer sin complejos, con modestia y creyendo en mis capacidades”, subraya. Sobre su bicicleta se sentía feliz, imparable, igual que los demás. Con nueve años logró su primer gran triunfo, fue en una carrera escolar en Pozoblanco que quedó grabada para siempre en su retina. Se presentó a la prueba con una bici sin adaptación, sin prótesis en su brazo ni freno delantero. Los rivales lo miraban con miedo a que los tirase al suelo. Les ganó a todos, y doblándoles. “Ahí empecé a valorarme. He ganado muchas medallas, pero ese día jamás se me olvidará, es mi esencia, todo se lo debo a esa actitud y tenacidad, nunca me rindo”, sostiene.
Cabello ha llegado a la cima del ciclismo a base de trabajo y persistencia, no ha sido una singladura sencilla, nadie le ha regalado nada. Ha derramado también muchas lágrimas. El primer varapalo lo encajó en 2011, cuando aún era un imberbe. Acababa de quedar campeón de España, pero le dejaron fuera de la selección para acudir al Mundial de carretera. “Pensaron que al ser un chaval no iba a aguantar la presión de una cita de esa envergadura. Me dolió, me desmotivó y quise dejarlo”, confiesa. Pero un compañero, Juan Emilio Gutiérrez, le convenció para que probase el kilómetro contrarreloj en la pista, la única vía que le quedaba para llegar a Londres 2012. “Cambió mi vida, sin él no habría sido ciclista profesional”, agradece.
En su primer Mundial en Los Ángeles ganó dos bronces que le abrieron las puertas de los Juegos Paralímpicos. El trayecto hasta la capital británica fue una odisea. En los meses previos entrenó a 40 grados de temperatura en el deteriorado velódromo de Posadas (Córdoba), en el que su padre se afanaba en barrer los restos de cristales esparcidos por grupos de jóvenes en los botellones. “Fue una apuesta a ciegas. Me fui a Palma de Mallorca para terminar la preparación y lo pasé fatal, me caí, se me infectaron las heridas y luego me salieron las muelas de juicio. Eso sí, no me perdí ni una sola serie. Cuando llegué a Londres me vino a la cabeza todo lo que había sufrido, así que tenía que hacer valer todo el esfuerzo”, cuenta. Y ganó el oro.
Hizo del kilómetro en categoría C5 su coto privado, ganando los mundiales de Aguascalientes (México) 2014, Apeldoorn (Holanda) 2015 y Montichiari (Italia) 2016. Ese año se marchó de los Juegos de Río con sabor agridulce ya que fue bronce en su prueba y en la velocidad por equipos. Añadió a su palmarés otros tres maillots arcoíris: Brasil 2018, Holanda 2019 y Canadá 2020. En esos años rompió otros muros al ganar cuatro medallas en Campeonatos de España absoluto, frente a personas sin discapacidad. Y en Tokio 2020 exprimió sus piernas para firmar otra gesta para la historia con su segundo metal de oro en una cita paralímpica. “Es el momento más bonito que he vivido como deportista. Hice la carrera perfecta, la que llevaba años persiguiendo”, dice.
Va a por sus cuartos Juegos y todos sus ciclos han tenido sobresaltos: para Londres 2012 cambió de disciplina a última hora y varias caídas casi le privan de competir; para Río 2016 tuvo fatiga crónica y le diagnosticaron mononucleosis; para Tokio 2020 se rompió el ligamento acromioclavicular derecho y le costó prepararse en plena pandemia; y para París 2024 las secuelas del Covid. Cuanto más difícil se lo ponen, más se motiva. “No queda otra, ante los problemas o los afrontas o te hundes. Y rendirse jamás es una opción para mí. En una situación de tensión y al límite me vengo arriba, me llena de energía. Mi vida la baso en ir subiendo escalones, en superarme. Llegar no es lo complicado, sino ganar una y otra vez, y esa es mi motivación, quiero otra medalla en unos Juegos”, afirma con un aire feroz en sus palabras.
Regresó a la pista hace un año en el Mundial de Glasgow, quedándose por primera vez fuera del podio -fue cuarto- en el kilómetro. Pero esta temporada volvió a estar entre los mejores en Brasil al cosechar una plata, aunque no era su objetivo “ya que el pico de forma y mi cabeza estaban enfocados en los Juegos”. Se ha preparado entre Anadia (Portugal), Palma de Mallorca y Tafalla (Navarra), donde contó con el apoyo de Juan Peralta, uno de los mejores velocistas españoles, que se retiró tras ser operado de un tumor cerebral benigno. “Tiene un estudio de biomecánica y forma parte de mi preparación. Ya me sacó un punto más de rendimiento para Tokio con sus conocimientos y experiencia, y contar con él es un plus”, comenta.
En la pista de madera de Saint-Quentin-en-Yvelines tendrá que lidiar otra vez con los británicos Blaine Hunt y Jody Cundy, este último de la categoría C4, al que se le aplica un factor de compensación de casi un segundo que afecta a Cabello. “Estoy con muchas ganas, con hambre, muy fuerte física y psicológicamente. Voy a darlo todo en cada pedaleo con la idea de sentirme satisfecho cuando cruce la meta, independientemente del puesto en el que termine”, explica. De apetito insaciable, jamás vende humo, él habla con el crono en la mano: “Los tiempos están saliendo y puedo apretar más en París. No estaría descontento con una plata o un bronce ya que hay mucho nivel, pero voy a por el oro. Otra victoria en unos Juegos sería lo más grande, la recompensa a estos años de sufrimiento”.
También aspira al podio en la velocidad por equipos junto a Ricardo Ten y a Pablo Jaramillo, con quienes ya ganó el bronce en Tokio y en el Mundial de Glasgow en 2023. “China y Gran Bretaña están un peldaño por encima, pero en competición todo puede pasar. Venimos en progresión y queremos igualar o superar nuestra marca. En teoría, nos jugaríamos el bronce con Francia, aunque Australia es otro rival a tener en cuenta, nos dejó fuera de la final en el último campeonato del mundo. Somos optimistas y soñamos con esa medalla”, asevera Cabello, al que le gustaría llegar a Los Ángeles 2028. “Allí debuté en 2012 y me hace una ilusión increíble, sería un buen sitio para cerrar el círculo”, finaliza la leyenda del velódromo.
ALFONSO CABELLO
Alfonso Cabello Llamas (Córdoba, 1993). Ciclismo. Seis veces campeón del mundo. Oro paralímpico en kilómetro contrarreloj en Londres 2012 y en Tokio 2020. Dos bronces en Río de Janeiro 2016 y un bronce en Tokio en velocidad por equipos. En París disputa sus cuartos Juegos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Testarudo, eficaz y perseverante.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Mis prótesis, sin ellas no haría nada encima de la bici -ríe-. También me suele acompañar mi almohada.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
A pesar de tener un solo brazo, tengo mucha habilidad con la mecánica y el montaje de cosas complejas. Es algo que me mantiene concentrado y me relaja.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A nada.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Los espaguetis a la carbonara.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Al campo, donde no vea carreteras ni a gente y solo se escuche el viento entre los árboles. Me da una gran paz interior.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Coches, gasolina y a mi novia -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En mi perro, vive mejor que nadie -ríe-.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Eye of the tiger’, de Survivor. Y ‘Jumanji’, mi película favorita desde niño, la he visto muchísimas veces.