“El dolor es temporal, pero la gloria es eterna”. Es el lema que ha movido a Jordi Morales a lo largo de su extensa trayectoria en el tenis de mesa. Su travesía hacia el éxito también ha estado repleta de malos tragos, decepciones, lesiones o dudas que casi le obligan a arrojar la toalla. Pero nunca se dejó doblegar por los golpes gracias a su tenacidad, serenidad y carácter combativo cuando agarra una pala. Continúa ofreciendo un alto rendimiento al golpear la bola, cada temporada se revela contra el tiempo y los problemas de movilidad que le acompañan desde que nació, y a sus casi 39 años encara en París otro desafío, sus séptimos y últimos Juegos Paralímpicos.
“Me considero un privilegiado, somos pocos los que alcanzamos este número en el mayor evento deportivo. Hay mucha gente que daría cualquier cosa por vivir solo una, así que soy un afortunado”, afirma. Una fotografía especial aparece en el álbum de su cabeza, Sídney 2000, su primera cita paralímpica, a la que llegó de forma inesperada con solo 14 años. Acababa de irrumpir en el panorama internacional con un oro europeo por equipos junto a su inseparable compañero, Álvaro Valera. “Se volcó todo mi pueblo, Esparraguera (Barcelona), aquello fue un desmadre. Acudí con una invitación que me llegó dos meses antes de la competición. Estaba en una burbuja, era un crío y no fui consciente de la magnitud, pero fue una experiencia que me marcó”, recuerda.
A los seis años cogió su primera pala, con ella sentía que sus dificultades para desplazarse se reducían. Nació con espina bífida congénita: “A las 24 horas de nacer me operaron a vida o muerte. Los médicos les dijeron a mis padres que no andaría, pero ellos no se quedaron con ese primer diagnóstico, exploraron todas las posibilidades”. Recurrieron a un fisioterapeuta, que estimulaba con masajes las extremidades inferiores del pequeño. Con año y medio, un día mientras esperaba para su sesión, jugueteaba por el jardín de la consulta y se puso a gatear persiguiendo los caracoles que había por el césped húmedo. Trató de levantarse y, aunque perdió el equilibrio y cayó sobre la hierba, se dieron cuenta de aquel niño tenía fuerza en las piernas para poder llegar a caminar.
“Me balanceo en el movimiento por falta de musculatura en las piernas, eso me dificulta saltar, correr o subir escalones. En estático cuando juego tengo que flexionarlas por falta de equilibrio. Pero conseguí andar”, cuenta. La discapacidad nunca ha sido ninguna cortapisa para alcanzar cotas altas en la vida y en el deporte. “Con optimismo, esfuerzo y espíritu constructivo he luchado contra cualquier obstáculo. Las barreras son más bien mentales”, recalca. De pequeño ya se codeaba con los mejores en Cataluña y desplegaba su talento precoz y agallas: “En la escuela algunos compañeros me decían que si me enviaban una bola en un ángulo lejano de la mesa no llegaría, pero al final los que corrían de un lado a otros eran ellos. Con el tiempo me he reencontrado con varios de ellos y me lo suelen recordar”, dice riendo.
Morales cuenta con un palmarés espectacular, en el que destacan tres medallas paralímpicas (bronce individual en Atenas 2004, plata por equipos en Londres 2012 y bronce por equipos en Tokio 2020), seis preseas mundialistas y 11 europeas, junto a más de 70 metales en torneos secundarios. “Cuando echo la vista atrás siento orgullo, no por el currículum en sí, sino por las experiencias que este deporte me ha permitido vivir”, subraya. Después de acudir a los Juegos de Río de Janeiro 2016, donde cayó en semifinales, le costó superar aquel varapalo.
“Los éxitos es lo que más se ve, pero también hay momentos difíciles de digerir. Me vine abajo, no sabía si continuar o no. Me tomé un año de reflexión hasta que mi cuerpo y mi cabeza me dijeron que podía volver a disfrutar. El tiempo lo cura todo, el tenis de mesa es lo que más me gusta y lo necesito en mi vida”, explica. Volvió a arrancar y ocurrió algo mágico que no entraba en sus planes, pero sí en sus sueños. A los cinco meses de su regreso se proclamó campeón del mundo individual en clase 7 por primera vez -en sus vitrinas ya tenía dos oros mundiales por equipos en Corea 2010 y Pekín 2014-.
Llevaba ocho años sin morder una presea en solitario y en su mente había una especie de muro infranqueable. Pero su espíritu de superación y perseverancia le decían que nunca era tarde para escribir nuevas hazañas. “Aquel campeonato lo afrontaba sin presión, con la idea de sumar puntos para subir en el ranking. No estaba entre los favoritos y me salió todo de cara, gané porque disfruté como nunca. La grandeza está en saber superar los obstáculos y esperar la oportunidad. Había vivido situaciones de desquicio y frustración”, reconoce el catalán, que esa noche durmió con la medalla de oro en la almohada y unas semanas después recibió el premio ITTF Star Awards como mejor jugador de 2018.
El título le dio oxígeno para las siguientes temporadas, en las que ha seguido añadiendo logros a su hoja de servicios, sobre todo, en la competición por equipos con Álvaro Valera, como el oro europeo en 2019 en Suecia, el bronce paralímpico de Tokio 2020 y el bronce en el Mundial de Granada 2022. “Llevamos jugando juntos desde que éramos dos chavales, nos conocemos muy bien, solo con mirarnos ya sabemos qué necesita el otro. En París 2024 somos conscientes de que lo tendremos difíciles porque nos han metido a rivales de clase 8, que tienen menos discapacidad y eso físicamente se nota. Pero a estas alturas no nos arrugamos ante nadie, tenemos mucha experiencia y vamos a luchar por las medallas”, comenta.
Sería el mejor broche para ambos. Morales afronta sus séptimos Juegos con ganas e ilusión después de haber sido la clasificación que más le ha costado. “Me he preparado muy bien y me siento fuerte. La clave de mantenerse arriba durante tantos años es que te apasione lo que haces y seguir notando esa presión que te retroalimenta constantemente. Va pasando el tiempo y aparecen nuevos rivales, pero sigo siendo competitivo, puedo plantear batalla a cualquiera para estar en las medallas, ese es el objetivo, es un reto de superación. He disputado seis Juegos, con una secuencia de uno no y otro sí con medalla, este no tocaría podio, pero espero romper la racha”, añade.
Lo tiene decidido, tras París dará un paso al lado ya que no seguirá en el deporte al más alto nivel. “Mi dedicación diaria dará un cambio drástico. He tenido siempre una entrega exclusiva y pensando 24 horas en el tenis de mesa. Quiero disfrutar de esta última gran fiesta paralímpica y diré adiós con la conciencia tranquila, habiendo dado lo mejor de mí. Después intentaré de alguna manera devolverle al deporte todo lo que me ha dado y transmitir mis valores a los jóvenes. Eso sí, nunca dejaré de jugar, es mi modo de vida”, apostilla Jordi Morales.
JORDI MORALES
Jordi Morales García (Barcelona, 1985). Tenis de mesa. Bronce en Atenas 2004, plata en Londres 2012 y bronce en Tokio 2020. Campeón del mundo individual en 2018. Disputará sus séptimos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Ambicioso, optimista y obstinado.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Las zapatillas para jugar al tenis de mesa.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Ninguno.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Transformar la mentalidad de la sociedad en general respecto a la discapacidad.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A los petardos.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
La pasta.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
En el mejor sitio que he estado para ello ha sido en Maldivas. Pero el lugar en el que mejor desconecto es en el Pirineo Aragonés, allí tiene una casa mi abuelo.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
La pala de ping pong, no puedo vivir sin ella -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un koala.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Conquest of Paradise’, de Vangelis. Y película, ‘Forrest Gump’.