Sabadell 2013, Campeonato de Cataluña. Cada media hora vociferaban el nombre de Toni Ponce en la piscina de Can Llong cuando batía un récord de España. “¿Quién es este tío que no lo tengo fichado?”, se preguntaba Jaume Marcé, uno de los cerebros de la natación paralímpica, con más de dos décadas de experiencia como entrenador. No aparecía en su radar porque era un debutante que rompía el cascarón. Descubrió que tenía delante la primera premisa para fabricar a un campeón y lo reclutó para su grupo en el CAR de Sant Cugat, a pesar de las reticencias y el recelo de algunas federaciones por volcarse en un chico de 25 años.
“Fui su apuesta personal y gracias a su cabezonería hemos llegado lejos. Picando piedra y puliendo, me ha hecho brillar”, destaca el barcelonés, que ha ganado a pulso su estatus en la élite a base de medallas y récords. Exigente y eficiente, su currículum es una oda a la perseverancia, el rigor, el férreo compromiso, la actitud y la fe. Un nadador que no se ha saltado ningún peldaño de la escalera hacia el éxito. Desde lo más profundo ha escalado a lo más alto superando cada obstáculo que le presentó la ascensión.
Las primeras brazadas fueron con seis años por recomendación médica. Nació con paraparesia espástica bilateral, es degenerativa y viene causada por un gen mutado que puede afectarle a todo el cuerpo, aunque tiene más limitaciones en las piernas. “De pequeño sufría muchos dolores, me caía muy rápido y me costaba incluso subir el escalón de una acera”, explica Ponce, que creció en el municipio de Vilafranca del Penedès (Barcelona), capital de un territorio vitivinícola.
Nunca se sintió diferente al resto gracias a su entorno: “Jamás me trataron como un niño burbuja. Me costaba correr, pero iba al colegio por las tardes para jugar al baloncesto y también al fútbol de portero”. Sin embargo, la natación era el deporte menos agresivo para su cuerpo, donde se sentía con más libertad. Ingresó en el club de su pueblo y se le daba bien, aunque en su primera competición, con 14 años, se llevó un chasco. Tocó la pared en última posición y decidió colgar el bañador.
“Los entrenadores me vendieron la moto, me dijeron que tenía buen nivel y me lancé. Fue nefasto, quedé último ante chicos sin discapacidad y me afectó psicológicamente, me agobié. Cuando hago algo quiero ser el mejor y pensé que no valía para la natación, por eso lo dejé”, rememora. A pesar de que ese trauma infantil fue efímero, aparcó el deporte y poco después se centró en sus estudios de Fisioterapia. Pero aquella herida no había cicatrizado del todo. En 2012, viendo por televisión los Juegos Paralímpicos de Londres, dio un giro a su vida. “Físicamente estaba mal, con dolencia en las piernas porque pesaba 112 kilos. Ver a gente con una discapacidad similar a la mía me animó a intentarlo”, comenta.
También fue clave la última charla que mantuvo con su madre, María Rosa, que falleció de cáncer, a la que lleva tatuada en parte de su pecho y hombro izquierdo: “Me dijo que luchase siempre por mis sueños, que la vida son dos días y hay que aprovecharla al máximo”. Dejó a un lado el sedentarismo en el que se había instalado y regresó a la piscina. Tras un breve paso por el Club Natació Sitges, se puso en manos de Jaume Marcé y la confianza que recibió le devolvió las alas. Su eclosión fue cocinada a fuego lento, con dedicación y disciplina como puntales de su rendimiento.
Aunque en los primeros años le costó sacar resultados porque competía en una clase superior (S7) ante rivales con “mucha más palanca”. Aquello le ayudó a entrenar de forma exigente y ahora le ha permitido estar entre los mejores en su categoría actual (S5), a la que le bajaron cuando se produjo una degeneración más progresiva de su enfermedad. Le benefició en cuanto a logros, pero no en salud. Su neurólogo le aconsejó que dejase la alta competición.
“Cada año trato de superarme y para ello pongo a mi cuerpo al límite en cada entrenamiento, le meto mucho estrés y eso me pasa factura. Cuanta más caña le doy, la enfermedad evoluciona más rápido. Llegó un día en el que era incapaz de llevar la bandeja en el comedor, me caí varias veces porque mis piernas temblaban y tuve que acudir a la silla de ruedas para desplazarme. El doctor, como amigo, también me dice que, si me hace feliz, que siga adelante. Y eso hago”, apunta.
Ponce es un nadador capaz de ofrecer un gran rendimiento conforme pasan los años. En el Europeo de Eindhoven en 2014 ganó el bronce en el relevo 4×100 estilos, su primera presea. En 2017 cosechó un oro en 100 braza, una plata en 100 espalda y un bronce en 400 libre en el Mundial de México. Desde entonces es un acaparador de podios en citas internacionales, acumula 16 metales en mundiales -cuatro oros- y 19 en europeos, así como dos platas en los Juegos de Tokio 2020 y varios récords del mundo.
“Los resultados están saliendo porque tengo detrás a un gran equipo multidisciplinar que me empuja. Mi entrenador Jaume, el psicólogo, el preparador físico, los fisioterapeutas y las enfermeras, el nutricionista y el biomecánico, todos a full conmigo para rascar alguna centésima al crono y ser más competitivo. No quiero fallarles, han apostado por este proyecto. Tampoco a mi familia, sobre todo a mi mujer, un pilar en mi carrera, ella sí que sacrifica para que yo pueda cumplir sueños y objetivos”, explica Ponce, que cada día se levanta a las 6.30 de la mañana y viaja hasta Barcelona para entrenar, y por las tardes atiende a pacientes en su clínica en Vilafranca.
Desde hace dos años ha añadido a su rutina otra labor, la de ejercer como padre. “Cuando tienes un día difícil, su sonrisa borra todos los males. Después de París me sentaré a pensar, seguiré, pero con más tranquilidad. Mi hijo Toni es mi prioridad, no quiero perderme nada de su crecimiento. Me acompañará en estos Juegos y ojalá pueda dedicarle una medalla, subir a la grada y abrazarme a él, a mi mujer, a mi padre y a mi hermana sería la hostia. Tenerlos cerca es un plus de energía para darlo todo”, añade.
Llega lanzado a París tras firmar en Madeira un excelente Europeo con seis medallas, tres de las cuales fueron doradas. En sus vitrinas guarda un hueco para su principal objetivo, el oro paralímpico. En La Défense Arena nadará el 100 braza, 100 libre y 200 libre, y confía en formar parte de algún relevo. Su apuesta está fijada en su prueba predilecta, los 100 metros braza SB5, en la que ha sido tres veces campeón del mundo. Se espera una dura pugna con el ruso Andrei Granichka, al que venció en Portugal en abril en su reencuentro en la piscina. Quiere volver a repetir triunfo ante su máximo adversario.
“En Tokio la plata me dejó mal sabor de boca porque podría haber luchado más y me dio rabia, pero aprendí la lección. En París todo parece indicar que nos jugaremos el oro los dos, él es el vigente campeón y tiene la presión. Me encuentro a un buen nivel y voy a darle guerra. Soy inconformista y me encantaría llevarme el oro, confío en mis opciones. Y en el 200 libre S5 el italiano Francesco Bocciardo y el ruso Kirill Pulver están por debajo de 2 minutos 30 segundos, así que es complejo ganarles por mi discapacidad. Si estoy en mi marca puedo estar también en el podio. Una vez que toque la pared, lo importante es sentirme satisfecho por haberlo dado todo”, finaliza Toni Ponce.
TONI PONCE
Antoni Ponce Bertrán (Barcelona, 1987). Natación. Cuatro veces campeón del mundo -tres en 100 braza SB5- y en Tokio 2020 ganó dos medallas de plata. En París disputa sus terceros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Serio, inconformista y padrazo -ríe-.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Unos cascos para escuchar música y el ‘pullboy’ para entrenar.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Tengo talento con la logística, con plantear las cosas. Por ejemplo, cuando hacemos un viaje en furgoneta, tengo esa habilidad para ordenar todos los bártulos que llevamos y aunque parezca que no entran, armo el puzle y al final caben.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Ser elástico para llegar antes al oro en la piscina -ríe-.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Más que miedos, tengo incertidumbres y preocupaciones como padre, sobre todo, por cómo irá creciendo mi hijo.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Mi perdición es el café, pero tampoco me falta el yogurt y los frutos secos en mi día a día.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Al valle de Baztan (Navarra).
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mi mujer y a mi hijo.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un león.
10.- Una canción y un libro o película.
Cualquier canción del grupo Maneskin. Y un libro, ‘Vinyes de sang’, de Àngels Dalmau.