El camino hacia Tokio 2020 fue arduo y espinoso para Adrián Mosquera, un tiburón del piragüismo en aguas tranquilas. Su progresión deslizándose con el kayak había encallado y la ingente labor realizada no se traducía en resultados positivos. Ávido de retos, decidió reciclarse y empezar desde cero con la canoa. Con la espada de Damocles sobre su cabeza, si no conseguía subirse al tren de los Juegos Paralímpicos dejaba la alta competición. En la última oportunidad que tenía, con su nueva embarcación conquistó el oro en la Copa del Mundo de Szeged (Hungría), su primera medalla internacional, y selló su billete. Sin embargo, en Japón se llevó un varapalo tras quedarse fuera de las finales. Ahora, con paladas de orgullo, el canoísta gallego busca la redención en París 2024: “Tengo clavada una espinita y espero quitármela con una medalla”.
En el diccionario del piragüista de Rianxo (A Coruña) no tiene cabida la excusa o el rendirse, pero sí el trabajo, la constancia, la capacidad para renacer de situaciones adversas y el carácter indomable. Desde pequeño sabe lo que es derribar muros. El primero lo afrontó con apenas 12 años cuando fue atropellado por un camión mientras cruzaba por un paso de peatones. “Salía del instituto y me dirigía al puerto de mi pueblo para entrenar, ya que practicaba remo en banco fijo. No tuve tiempo para reaccionar, mi cabeza impactó con el vehículo, que me arrastró y la rueda pasó por encima de la pierna derecha”, cuenta.
Las heridas eran muy graves y los médicos tuvieron que amputar por encima de la rodilla ya que corría el riesgo de que una infección le afectase al resto del cuerpo. “Esa ignorancia al ser un niño me ayudó a llevarlo bien, sin amargura, no era consciente de la gravedad. El apoyo de mi familia y de mis amigos hizo que me recuperase muy rápido, ya que me dejaron vía libre para hacer las cosas por mis propios medios”, asegura. Sin tiempo que perder, acudía mañanas y tardes a rehabilitación para aprender de nuevo a caminar.
Llegó a estar muy débil, apenas pesaba 35 kilos y le introducían por vena el hierro que necesitaba para combatir su anemia. “Estuve nueve meses hospitalizado, la luz del sol apenas la veía a través de la ventana del comedor y eso me causaba estrés, así que me puse manos a la obra porque quería salir de allí. Recuerdo que cuando venían mis amigos les pedía que me cronometrasen cuánto tardaba en recorrer la planta en la que estaba ingresado. Iba a toda velocidad con la silla de ruedas”, dice riendo. Al salir del hospital pasaba horas en el gimnasio para ganar masa muscular y dejar las muletas. Y cuando ya se movía con la prótesis, retomó el fútbol, aunque en esta ocasión para jugar como portero.
Los guantes le duraron poco ya que un día de 2013, algunos compañeros de clase le animaron a que se apuntase a una escuela de verano de piragüismo. “Quería volver a pisar agua y me enganchó esta disciplina. Fui un año al club de Rianxo, pero cerró por problemas económicos. Por suerte, en el club de la localidad vecina de Boiro nos acogieron”, explica. Con una piragua sobre el mar de las Rías Baixas, en ocasiones tranquilo y a veces embravecido, avivó su pasión por este deporte.
El técnico Luis Ourille se convirtió en un pilar en su desarrollo, le enseñó la técnica y supo explotar sus virtudes. “Es mi mentor, la persona que me ha guiado y que me metió en este mundillo que, por entonces, era desconocido para mí. Mi entrenador vio que tenía potencial y confió en mí, algo clave en mi rendimiento”, subraya. El bronce que se colgó en la Copa de España de 2015 en Verducido (Pontevedra) sirvió de trampolín para tomárselo más en serio y palada a palada fue progresando hasta asentarse en la élite con los mejores.
Estaba aún muy verde y contaba con pocas regatas para intentar llegar a Río de Janeiro 2016, pero en su cabeza sí tenía grabado los Juegos de Tokio 2020. Era su objetivo principal. Empezó el ciclo con brío, sin embargo, el octavo puesto obtenido en la final B del Mundial de 2019, muy lejos de sus expectativas, fue un jarro de agua fría que dinamitó sus ilusiones y quedó anímicamente tocado. “En ese campeonato competí con el timón dañado y con un modelo de embarcación que no era de mi talla, me dieron una mucho más grande. No son excusas, pero ya de por sí se nota la diferencia al medirme a rivales que pueden mover las dos piernas. Costó levantarse, fue duro y frustrante porque lo daba todo y la recompensa no llegaba. Y me topé con una piedra muy dura, mi compañero Juan Valle, que se llevó la plaza en KL3. Fue un drama y pensé en dejarlo”, asevera.
No todo estaba perdido ya que encontró una alternativa en la canoa. La pandemia de la Covid-19 le dio una prórroga de un año para adaptarse al nuevo barco, con el que conectó rápido gracias a su tozudez, constancia y a las numerosas horas que pasaba delante del ordenador buceando por YouTube y las redes sociales para visualizar vídeos de canoístas: “Soy buen observador y eso me ayudó en esa transición, me empapé viendo regatas para analizar la técnica de paleo y los movimientos de deportistas como Sete Benavides, Adrián Sieiro o David Cal”.
No tardó en descollar, fue llegar y besar el santo al sumar sus primeras medallas internacionales. En la Copa del Mundo de Szeged en 2021 ganó el oro y unos meses después una plata en el Europeo. Pero su debut en unos Juegos le dejó un sabor amargo al no meterse en las finales. “Fue un palo, no gestioné bien la aventura. No nos acostumbramos al clima de Tokio, me levantaba muy cansado y las sensaciones eran malas, no fluía en el agua y mis sospechas se materializaron en la competición. Si hubiese estado a mi mejor nivel habría peleado por las medallas”, afirma.
Hizo borrón y cuenta nueva, se llevó una plata en la Copa del Mundo de Poznan (Polonia) en 2022, año en el que rozó el podio al ser cuarto tanto en el Europeo como en el Mundial. También se quedó con la medalla de ‘chocolate’ en el campeonato continental y fue séptimo en el Mundial de 2023. “Era un año de investigación, intenté probar otros barcos y palas nuevas para rascar décimas, pero no me beneficiaron. Lo importante es que saqué la plaza para los Juegos de París y esta temporada en el Mundial fui séptimo y en el Europeo quinto, ambas pruebas celebradas en Szeged (Hungría)”, informa Mosquera, que se considera un amante del automovilismo: “Llevo un año compitiendo con el AMV Racing en circuitos de karts en carreras de resistencia, me ayuda a complementar mi preparación en piragüismo”.
Ha devorado kilómetros en las Rías Baixas, en el río Guadalquivir en Sevilla, en Verducido y en Trasona, “estas dos últimas son pistas en las que sopla el viento y el agua es bastante dura, condiciones similares a las que nos encontraremos en París. Me he preparado duro, intentando pulir los finales de carrera, donde más peco. Tengo buena salida, pero si quiero estar en el podio, debo ser más constante, apretar los dientes en el segundo parcial y aguantar un ritmo elevado hasta cruzar la meta. Afronto mis segundos Juegos con más calma, sé que soy competitivo y tendré mi oportunidad si no cometo los errores de Tokio”.
En aguas parisinas mira más allá de su propia proa, confía en clavar con ímpetu y osadía la hoja de su pala para volar y alcanzar una presea en categoría VL3 200 metros. “Sé que si hay viento por el costado derecho puedo salir perjudicado ya que paleo por la izquierda, pero las sensaciones deslizando la canoa son muy buenas, me encuentro fuerte física y mentalmente. Hay nivel e igualdad, con muchos palistas que nos movemos en los mismos tiempos, en pocas décimas de diferencia. Si la pista está en condiciones perfectas, las medallas rondarán los 47 o 48 segundos. Si cumplo con mi estrategia, una explosiva salida, ser constante y no venirme abajo en los últimos 50 metros, puedo estar entre los tres primeros. Si no fuese ambicioso me quedaba en casa, quiero ganar, voy a por la medalla paralímpica”, concluye el coruñés.
ADRIÁN MOSQUERA
Adrián Mosquera Rial (A Coruña, 1996). Piragüismo. Subcampeón de Europa en canoa VL3 en 2021 y medallista en Copa del Mundo. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Luchador, persistente y justo.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
La Nintendo Switch.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Conducir karts.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Volar.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A la oscuridad.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Si pudiese comería todos los días tortilla de patatas -ríe-.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A las playas de las Rías Baixas.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Comida -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un águila.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Retrograde’, de Hardwell. Y película, ‘Rush’.