Su religión es luchar siempre por lo máximo, él compite para ganar, no concibe otra cosa cuando se pone el maillot de España. Voraz, insaciable e imbuido de un espíritu ambicioso, Sergio Garrote ha vuelto a coronarse como el rey de la contrarreloj en handbike H2. Solo unos minutos después de que Ricardo Ten volase por las calles de Clichy-sous-bois para ganar la presea dorada, el ciclista catalán ha vuelto a hacer historia al revalidar su trono paralímpico. No tiene límites, campeón en París a lo grande, oro en sus segundos Juegos.
Vestido de blanco con una franja rojigualda en el pecho, el deportista barcelonés ha exhibido un esfuerzo supremo y una gran entereza mental para imponer su tiranía en una prueba en la que es bicampeón del mundo (2022 y 2023). En el circuito galo trazó las curvas con maestría, apretando los dientes desde los primeros metros, enfundado en su buzo, fusionado con la handbike, a ras de suelo movía los pedales con sus brazos fibrosos a un ritmo enérgico durante los 14 kilómetros. En el intermedio ya le sacaba 11 segundos al francés Florian Jouanny, su gran rival.
Es un coloso, una bestia feroz con fuego en el estómago y que devora medallas a dentelladas cada vez más grandes. Trituró a sus rivales en un recorrido semiurbano, con curvas cerradas y varias subidas, para entrar en el último kilómetro llano hacia la meta. Paró el crono en 24:33.71, aventajando en más de 45 segundos al italiano Luca Mazzone y al francés Jouanny. El sueño otra vez se trocaba en realidad. Alzó los brazos con la emoción del que se sabe historia, el suyo es el oro de la fe, la perseverancia y el trabajo.
“La sensación es increíble, es el premio al trabajo, al sacrificio, al esfuerzo, llevaba desde el mes de abril concentrado, entrenando día tras día bajo un sol infernal, nieve o lluvia en altura y a nivel del mar. He tocado todo para llegar aquí y estoy feliz por revalidar el título de campeón en la contrarreloj ante el anfitrión Jouanny y Luca, una de las grandes figuras del deporte italiano. No me esperaba que la superioridad fuese tan grande, no tenía ni idea de cómo iban los rivales, así que no puedes bajar los brazos en ningún momento y el instinto es pedalear hasta el final como si se tratase de un león en busca de su presa”, ha declarado.
El ciclismo era su pasión desde niño, cada verano se sentaba frente al televisor junto a su hermano Javi para seguir con entusiasmo las etapas del Tour de Francia. Contagiado por las gestas de ídolos como Miguel Induráin, cada tarde exprimía esa adrenalina a golpe de pedalada. Hasta que a los 21 años se deshizo de sus bicicletas tras una lesión medular por un accidente laboral. Casi 15 años después de aquel mazazo se reencontró con su deporte a través de la handbike, con la que se siente capaz de encarar cualquier desafío.
El deporte le devolvió la ilusión y la libertad. En su primera competición quedó último, pero poco importaba. En 2015, durante el Campeonato de España en Ciudad Real, la rotura de un tornillo de una rueda le sacó del asfalto, salió volando y acabó, magullado y llorando de impotencia, en mitad de un campo de amapolas. Aquella experiencia le marcó. Ha sido la única vez que el barcelonés, de 45 años, no ha subido a un podio en una década. Casi un centenar de medallas internacionales, tres medallas paralímpicas -dos oros en la crono-, campeón del mundo -13 metales mundiales- y de Europa. Lo ha ganado todo, pero nunca logra saciar su sed de triunfo. Su siguiente reto, el oro en la ruta en París.