Una tarde de hace ya casi dos décadas en la piscina de Pozuelo de Alarcón (Madrid), Darío Carreras, un cazatalentos de promesas de la natación paralímpica española, apuntó en su libreta el nombre de Carlos Martínez como el que anota el hallazgo de un diamante en bruto. Aquel crío, de seis años, se movía con desparpajo y fluidez. A su descubridor le costó convencerle para seguir en el agua y reconducir la natural anarquía de la conducta de un chaval que solo nadaba por prescripción médica para combatir los dolores de espalda. Su pasión es el fútbol. Tras mantener un tira y afloja constante con su deporte, se ha convertido a sus 25 años en uno de los mejores del mundo en 200 estilos SM8, en un nadador de gran corazón, fe y compromiso ilimitado.
El madrileño es un tipo carismático, divertido, locuaz y con un toque de “chuletilla”, como le define su entrenador. El carácter indomable, esa constante entrega en lo que hace y el acto permanente de superación y de rebeldía le acompañan desde pequeño. Así ha ido superando cada obstáculo. El primero lo combatió con apenas cinco años, cuando sufrió la amputación del brazo derecho a la altura del hombro, al quedar aprisionado entre los amasijos de hierros en los que quedó convertido el microbús en el que viajaba. Se dirigía junto a otros niños a un campamento de verano a Boadilla del Monte (Madrid) cuando el conductor se saltó una señal de ceda el paso y otro autobús colisionó lateralmente, haciéndoles volcar.
Aquello forjó su carácter alegre y combativo, siempre ha sido un torbellino con ganas de beberse la vida a bocanadas. “Tengo destellos de lo que ocurrió, fui el único herido grave. Trataron de salvarme el brazo, pero podía correr peligro y tomaron la decisión más correcta. Era un crío y pensaba en que algún día me crecería la mano -ríe-. Nunca lo pasé mal, no me sentí diferente al resto, no tuve complejos ni inseguridades. No lo vi como algo negativo, al contrario, puede sonar heavy, pero a mí me marcó de forma positiva. La falta del brazo me abrió puertas y me dio la oportunidad de llegar a ser deportista de élite”, confiesa.
El deporte guio sus pasos, practicó tenis, kárate y natación, pero él se sentía feliz con un balón en los pies. Tenía talento y olfato goleador. “Era un líder, se me daba muy bien. Mi cabeza decía que estaba para entrar en cualquier cantera de un club grande en Madrid, de hecho, a compañeros míos les cogieron en equipos importantes y, aunque parezca arrogante, yo tenía algo más de nivel. Hasta que entendí que mi discapacidad podría ser una barrera para ser futbolista profesional”, cuenta. Fue entonces cuando apostó por la piscina. Al principio lo hacía a regañadientes y con desgana. Su descubridor, el riojano Darío Carreras, intuyó que tenía cualidades y habló con sus padres para que le dejasen pulirlo en el agua.
Se lo tomó con displicencia en sus primeros años, hasta que su entrenador y el balear Xavi Torres -16 medallas en Juegos Paralímpicos- le metieron en vereda. “No quería, no me gustaba nadar ni me motivaba, iba solo dos veces a la semana. Me dieron un toque de atención y me convencieron para dedicarme de pleno a la natación. Darío vio que tenía potencial y me insistió en que si me lo tomaba en serio llegaría lejos. Y acertó, él es el principal artífice de que hoy siga nadando, mientras que Xavi me hizo cambiar el chip”, asegura. En 2015 en los Juegos Europeos para Jóvenes de Varazdin (Croacia), su primera cita internacional, ganó cuatro oros y dos bronces. “Fue el estímulo definitivo, ahí me enganché y di el paso para quedarme”, agrega.
Esa adrenalina competitiva le hizo alzar las alas y echar a volar con el propósito de estar entre los mejores. En 2017 se instaló en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid y en las temporadas siguientes alcanzó sus mayores éxitos, un bronce en el Europeo de Dublín (Irlanda) 2018, un quinto puesto en el Mundial de Londres 2019 y una plata en 200 estilos SM8 en el Europeo de Madeira (Portugal) en 2021. Ese año se clasificó para sus primeros Juegos Paralímpicos, aunque de Tokio conserva un recuerdo amargo. Enfermó de anginas nada más llegar a la capital japonesa y no consiguió meterse en la final en su prueba. “Iba para luchar por medallas, pero todo se fue al traste. Estuve jodido, pero lo vi como un aprendizaje más”, recalca.
La única manera de quitarse esa espinita era regresando a unos Juegos y lo ha conseguido a pesar del azaroso camino que ha tenido que atravesar. Le costó reponerse tras el batacazo en Tokio, pero lo hizo con constancia, disciplina y un trabajo estajanovista. En estos tres años ha compaginado deporte y estudios -Integración Social-, entrenando hasta hace unos meses en solitario a las seis de la mañana. “Se me hizo cuesta arriba, no disfrutaba. No fue sencillo, pero si destaco en algo es en trabajar dejándome el alma y los huevos. Elegí el deporte que peor se me da por mi cuerpo, no tengo elasticidad ni la mejor fisiología para ser nadador, pero sí una gran capacidad para asimilar los entrenos y un corazón bestial. Los médicos dicen que es tan grande que en reposo tengo 28 pulsaciones por minuto, el Apple Watch me da unos sustos terribles por las noches cuando me empieza a vibrar”, dice riendo.
Desde su vuelta de Tokio los resultados no brotaban, pero continuaba al pie del cañón. Fue finalista en los dos últimos mundiales -Madeira 2022 y Manchester 2023- y en el Europeo de abril en Portugal quedó descalificado. Otro palo más. “Era la primera vez en mi vida que me pasaba, aunque pienso que fue un error de los jueces ya que el que lo hizo mal era mi rival de la calle de al lado. La presión aumentaba, llevaba rozando la mínima desde diciembre y me frustraba cada vez más. No me salía ni una competición bien, pero no podía tirar la toalla si quería estar en París, así que seguí tragando, sin poner una mala cara, levantándome una y otra vez tras cada caída, con cabeza fría”, explica.
Su mente empezó a lastrarle, se tiraba al agua tenso y los tiempos no mejoraban. Hasta que llegó a las Series Mundiales de Berlín en junio, era todo o nada. Después de tres años saliendo cruz, esta vez le tocó la cara de la moneda. “Pensé en todo lo que tenía que perder y en que no podía fallarle a mi equipo por todo el esfuerzo ni a toda la gente que me apoya. Mi familia y casi 20 amigos compraron las entradas de los Juegos antes de Navidad, cuando no tenía aún la clasificación y eso me pesó un poco. No podía quedarme fuera. Hice como el Real Madrid, club del que soy un gran aficionado, hasta el final hay que confiar. Y lo logré”, relata.
Martínez estará en su segunda cita paralímpica. A diferencia de Tokio 2020, en La Défense Arena competirá con las gradas llenas. Con público y en escenarios grandes se crece y saca ese plus de ambición. “París me lo debe, quiero disfrutar de unos Juegos. Los afronto con más madurez y con una ilusión renovada. He currado mucho y ahora quiero demostrarlo en la piscina. Tengo buen presentimiento, el objetivo es meterme en la final de los 200 estilos y luego pelear por lo máximo, que sería una medalla. Siento una gran responsabilidad por toda la gente que viene empujándome, familia, amigos y entrenadores, voy a vaciarme y a darlo todo por ellos, quiero que se sientan orgullosos. Mi victoria es estar en otros Juegos”, concluye.
CARLOS MARTÍNEZ
Carlos Martínez Fernández (Madrid, 1999). Natación. Campeón europeo júnior y doble medallista continental. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Alegre, carismático y ambicioso.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Un rollo de papel por si voy a un baño y no hay -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Hacer reír a la gente.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A la muerte de mis seres queridos.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El pescado.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Mi hermano, Luis, vive ahora en Singapur y como le veo poco, trato de ir de vez en cuando donde esté él, es la mejor forma de desconectar.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Cerveza y a mi hermano.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En una orca o en un águila imperial.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Soy un truhan, soy un señor’, de Julio Iglesias. Y película, ‘Intocable’.