Junto a sus zapatillas de correr, lo primero que echa en la mochila es una bolsita de dátiles que consume antes de cada carrera. “La primera vez que mi entrenador, Benito Ojeda, me vio comerlos se sorprendió. Gané una prueba de 10.000 metros y con marca personal -ríe-. Es una fuente de energía, es mi gasolina”, recalca Yassine Ouhdadi, tan feroz cuando compite como meticuloso. Desconocido hasta su irrupción a finales de 2019, hoy es campeón paralímpico y del mundo en 5.000 metros T13 y un devorador de récords con aureola de leyenda. Impetuoso, ambicioso y concienzudo cuando se propone algo, en su mira está el doblete en los Juegos de París 2024.
Con zancada amplia y prodigiosa, braceo acompasado, piernas largas que parecen flotar sobre el tartán y emoción pura en el cuerpo de un junco erguido, reparte sonrisas en cada éxito acumulado. Se ha convertido en una de las referencias del atletismo español por su enorme progresión y poderío. Llegó a Tortosa (Tarragona) en 2002 junto a su madre y a sus ocho hermanos para reunirse con su padre, que había emigrado un año antes. Hasta los seis años creció en el pequeño pueblo de Toulouine, en la provincia de Ouarzazate (Marruecos), la puerta de entrada al desierto del Sáhara.
“Llevábamos una vida muy humilde, no nos faltó lo básico para subsistir porque mi familia era muy trabajadora, pero era complicado prosperar. Mi padre decidió viajar a Cataluña para trabajar con un tío mío en el hormigón, montaron una empresa. Y luego llegamos nosotros. Llevo muchos años aquí y me siento español, este país me dio la oportunidad de mejorar, de crecer como persona y de cumplir sueños. Sé que habrá siempre críticas o gente a la que le desagrade ver a un deportista de origen extranjero competir por España, lo respeto, pero no lo comparto. Siento los colores y me enorgullece representar la bandera española a nivel internacional”, subraya Yassine.
Encontró en el atletismo la mejor herramienta para su integración sociocultural. Aunque al principio era reacio, él quería seguir jugando al fútbol. De pequeño soñaba con ser futbolista cuando marcaba goles sobre las áridas y rojizas tierras de Toulouine, en la cordillera del Atlas marroquí. Sus problemas de visión le empujaron a dejar el balón. Afectado por cataratas, tiene ceguera total en el ojo izquierdo, mientras que en el derecho tiene un resto visual de un 14%. También a los 15 años renunció a seguir estudiando por su incapacidad para leer y estuvo un tiempo ayudando en la tienda de alimentación familiar, junto con alguno de sus hermanos.
A finales de 2014 descubrió su filón atlético. “Jugando al fútbol era infatigable, pero no me gustaba correr si no era detrás de una pelota. Una amiga me insistió tanto que me animé a probar en la montaña, que no me enganchó lo suficiente y decidí cambiar al asfalto en carreras populares, donde sí pude explotar mis virtudes. Corría para entretenerme y para adaptarme en la sociedad, para hacer nuevos amigos”, asegura. En 2019 se afilió a la ONCE porque le hablaron de la posibilidad de competir con la selección española y no dudó en dar el salto a la pista.
“Fue todo muy rápido. En septiembre, en un Campeonato de España, tenía la última opción de lograr la mínima para el Mundial de Dubái que se celebraba en noviembre, y lo conseguí”, rememora. En el Golfo Pérsico se lució al conquistar una plata con récord europeo en los 5.000 metros categoría T13 (deficiencia visual). Al año siguiente llegó su explosión, primero con una plata y un bronce en el Europeo de Polonia y después con el oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio: “He perdido la cuenta de las veces que he visto esa final, fue una carrera perfecta. No sé de dónde saqué la fuerza en la última recta para acelerar y llevarme la victoria”.
Insaciable, en cada prueba en la que compite su rendimiento mejoraba, como demostró en 2023 al proclamarse en París campeón mundial en 5.000 metros y colgarse una plata en 1.500. Y también en mayo de este año, al conservar la corona dorada en su prueba, ya que venció en el campeonato del mundo de Kobe (Japón), con récord de Europa (14:27.76). “Cada año voy a más, me siento mejor que la temporada pasada y suelo desplegar mi máximo potencial en las citas importantes. Soy muy competitivo y cuando piso la pista lo doy todo. Detrás de los resultados hay un gran sacrificio”, dice el atleta con alma de superación inquebrantable, musulmán practicante que resalta la importancia de la fe cuando corre: “Antes de cada prueba le dedico un momento a la oración, le pido a Dios que todo me salga bien”.
Su éxito no solo reside en un talento innato, sino que se forja a base de duros entrenamientos, cincelado a diario con series infinitas. En los últimos meses ha perfilado su preparación en Font Romeu, en los Pirineos franceses, a 1.850 metros de altitud. También llevó a cabo una concentración en Ifrane, en el Atlas marroquí. “Me siento fuerte, preparado y con confianza. He incidido mucho en mejorar y pulir el sprint final, en ser más rápido en los últimos metros, ya que nuestras carreras se suelen decidir así”, subraya. Además de someterse a intensas sesiones físicas, aprovechó cada momento para descansar y centrarse en el gran desafío que afrontará en unos días en París: el doblete de 1.500 y 5.000 metros, algo que está en la mano de un ramillete selecto de deportistas.
Le gustaría emular a su ídolo Hicham El Guerrouj, que lo consiguió en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. “Veo sus carreras para fijarme en su forma de correr y en su estrategia. También me inspiran otros deportistas como Mo Katir, un currante al que nadie le ha regalado nada, o Adel Meechal”, comenta. Es uno de los favoritos en los 5.000 metros para llevarse el oro en el Stade de France, algo que no le añade presión: “Los rivales me van a vigilar más, querrán saber cómo plantearé la carrera y eso también los pondrá nervioso. Al australiano Jaryd Clifford ya le gané en Tokio y en los dos últimos mundiales, así que me tendrá más ganas. Pero habrá más gente que nos lo ponga difícil. He saboreado el trayecto y ahora toca rematar. Pienso que todo se decidirá en los últimos 250 metros, si llego fresco y con la mente fría, puedo repetir oro”.
En el ‘milqui’ también se ve fuerte y con opciones. “Es una prueba en la que he ido progresando poco a poco, las sensaciones son buenas y he demostrado que puedo luchar codo a codo con los mejores. El objetivo es estar arriba, sé que puedo sacar algo positivo y llevarme una medalla, sería mágico. Estoy feliz porque en las gradas estarán mis padres, hermanos y sobrinos empujándome, será especial. Siempre corro con la mente puesta en ellos, quiero darles una alegría y devolverles, sobre todo a mi madre, que es la que más sufre y nerviosa se pone, todo lo que han hecho por mí”, admite Yassine Ouhdadi, un atleta que porta en sus zancadas las ilusiones de toda su familia.
YASSINE OUHDADI
Yassine Ouhdadi El Ataby (Marruecos, 1994). Atletismo. Oro paralímpico en 5.000 metros T13 en Tokio 2020. Bicampeón del mundo en 5.000 metros y subcampeón de Europa en 1.500 metros.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Trabajador, serio y persona de un solo camino.
2.- ¿Qué cosa no puede faltar en la maleta?
Dátiles.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Soy tímido, pero se me da bien dar consejos a la gente. Familiares y amigos suelen acudir a mí para que les aconseje.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Quedar todos los años campeón paralímpico o del mundo -ríe-.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
No le tengo miedo a nada.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Como poca carne cuando estoy de competición, pero cuando no, intento hacer buenas barbacoas con la familia.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Al desierto de Marruecos.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Agua y zapatillas de correr -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un león.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Alhamdulillah’, de Maher Zain. Un libro, ‘Lo único incurable son las ganas de vivir’, de Desirée Vila.