Nunca se amedrenta por los obstáculos que el destino le ha ido poniendo. La de Marta Francés ha sido una travesía azarosa, pero su tesón, coraje, sagacidad y voluntad de hierro jamás le hicieron desmoronarse. Le ganó la batalla a un tumor en el cerebelo en plena adolescencia que le dejó como secuela una hemiparesia lateral izquierda. El deporte fue su mejor aliado para imponerse a cada adversidad, primero con una efímera etapa en natación y después con el triatlón, que supuso una pincelada de color sobre el lienzo gris en que se había convertido su vida. Esta disciplina, en la que se ha instalado entre las mejores del mundo, le ha devuelto su resplandeciente sonrisa sin límites.
En apenas cinco años en la élite acumula 17 podios internacionales en categoría PTS4: dos platas mundiales, dos oros y una plata en europeos, o seis oros en Copas del Mundo lucen en un currículum que avala a la puertollanense de cara a su debut en unos Juegos Paralímpicos. En París 2024 es una de las bazas del equipo español para conseguir medalla. “Voy a dejarme la piel y el alma para subir al podio. Sigo en una nube, todavía no soy consciente de que participaré en el mayor evento al que puede aspirar un deportista. He derramado lágrimas, he superado baches grandes y he sufrido mucho para llegar hasta aquí, nadie me ha regalado nada. Es un triunfo no solo mío, sino de mi familia y de aquellos que me han arropado”, recalca.
Marta siempre fue una niña muy pizpireta a la que le encantaba practicar deporte, probó atletismo, tenis, gimnasia rítmica, surf, kitesurf, vóley playa y equitación. Su rumbo cambió a los 16 años tras sentir inestabilidad durante unos entrenamientos mientras corría. Después de ser sometida a diversas pruebas le diagnosticaron un cáncer. “Me mareaba mucho y pensaba que tenía contracturas en la espalda, pero el problema era más grave. El tumor era grande, seguía creciendo y me estaba obstruyendo el cerebelo, así que decidieron intervenirme de urgencias. Era arriesgado y había pocas posibilidades de que saliese bien, pero así no podía vivir”, relata.
La primera operación salió mal y una semana después volvió a entrar en quirófano. Pasó 20 días hospitalizada sin mover nada más que la boca y los ojos, su cuerpo no respondía y los médicos no sabían cómo avanzaría, no le daban esperanzas para volver a andar. Pero ella no se quedó con ese primer diagnóstico y puso todo su empeño para revertir la situación. “Me lo pintaron muy negro, me dijeron que mentalmente fuese paciente, que con suerte lo mejor que me podía pasar era quedarme en silla de ruedas. No me rendí, quería esforzarme e intentarlo. Poco antes de que me diesen el alta logré sentarme en la cama, ese fue el primer paso”, asegura. Comenzó así una ardua y lenta rehabilitación que se convirtió en una obsesión.
Durante seis meses, cada día recorría diez veces el pasillo de su casa, escoltada por sus padres, que vigilaban cada paso de su hija. “Cuando al fin pude andar sola me eché a llorar. Y poco después ya trotaba. Quería ser autónoma y tuve que aprender de cero en todo, leer, escribir, caminar… El lado izquierdo iba lento y la mano me temblaba mucho, no la controlaba. En una revisión el neurocirujano alucinó, decía que nunca había visto un caso como el mío, que era un milagro y que me había ayudado esa fuerza física por haber sido deportista, pero estoy convencida de que fue mi fortaleza mental, porque mi cuerpo aún no respondía a mis órdenes, había perdido el equilibrio y la coordinación”, explica.
Esa entereza la fue fraguando a raíz de los golpes que recibió de niña, siendo víctima de bullying en los dos colegios que estuvo en Cartagena, ciudad a la que se mudó por el trabajo de su padre. “No tuve una adolescencia como la de una chica normal y desde los 13 hasta los 15 años me pegaron, me insultaron y me tiraban las cosas por el váter, sufrí bastante. Y después el varapalo del cáncer, una situación que afronté con positivismo y que hizo que madurase antes de tiempo. Los estudios y el deporte fueron mi refugio”, subraya. Retomó la actividad deportiva poco después de empezar INEF en Madrid, para cuyo acceso también tuvo que sortear barreras.
“El médico me desaconsejó estudiar esa carrera porque me iba a afectar física y también psicológicamente al ver que no iba a disfrutar igual que el resto. Al principio le hice caso y me matriculé en Biotecnología, pero no era lo mío y decidí cambiar. Al no tener una discapacidad del 33%, para entrar en la Universidad tenía que pasar unas pruebas físicas como el resto. La gente no suele tener problemas en superarlas, pero a mí me costaba mucho, así que me marché a mi pueblo y estuve año y medio preparándolas con un entrenador personal. Por mis condiciones, solo me adaptaron tres de las ocho pruebas en las que no estaba en igualdad de condiciones con los demás y aprobé a la primera”, comenta orgullosa.
Descubrió el deporte adaptado y se enroló en un club de natación: “Me encantó, en el agua sentía que la discapacidad no existía, era libre y feliz”. Disputó algunas competiciones nacionales y un Open Internacional en Oporto (Portugal), donde logró tres oros. Duró poco ya que se adentró en el triatlón, espoleada por unos compañeros. “Me devolvió la ilusión, pero la entrada en esta modalidad no fue sencilla. Estuve cerca de dejarlo porque caí en depresión, no quería salir de casa después de sufrir violencia de género. Tras dos meses sin entrenar, decidí regresar para recuperarme psicológicamente y salir de aquel hoyo”, narra.
Ahora rezuma alegría, vigor y un optimismo estimulante en cada brazada, pedaleo y zancada. En su cabeza no entraba la idea de competir, pero en 2019 le dieron la oportunidad de debutar en Bañolas en una Copa del Mundo. Con un bronce al cuello se presentó en la élite. Desde entonces mantiene su idilio con el podio. Es bicampeona de Europa y dos veces medallista de plata mundial. Siempre en las medallas salvo en dos pruebas que no terminó el año pasado, una en A Coruña tras sufrir una rotura de cúbito y radio por una caída con la bici, y la otra en Málaga por sus problemas de asma.
“Debo lidiar con ello, las aguas frías me provocan ataques. Ya han sido varias veces en las que la zodiac me ha rescatado. Espero que en París no aparezca el asma”, dice riendo. Pablo Lucero es el entrenador que ha sabido exprimirla para sacar lo mejor de ella como deportista en los últimos cursos. “No soy un portento físico, lo que me hace destacar en el triatlón es mi fuerza mental. La natación era mi mejor segmento, pero ahora me siento más fuerte en la bicicleta, donde marco diferencia con las rivales. En la carrera a pie se nota más mi discapacidad por la descoordinación entre el tren superior e inferior, aunque técnicamente estoy bien y eso hace que mejore los tiempos”, añade la puertollanense, admiradora de Javier Gómez Noya y de Rafa Nadal.
Llega a los Juegos Paralímpicos enchufada, con redaños y la mochila cargada de confianza: “Lo afronto con alegría, es un sueño cumplido, un regalo de la vida. Espero grabar en mi memoria cada momento, es algo que nadie me podrá quitar. Vengo de la nada y verme arriba, con las mejores, hace que quiera saborear cada segundo”. En 2023 ya ganó una plata en la Copa del Mundo de París en el mismo circuito en el que se desarrollará la competición. “En el río Sena hay una fuerte corriente, por lo que la natación será lenta. En ciclismo el asfalto es de adoquín, se pasa mal ya que manejo solo con la mano derecha, la izquierda va apoyada y me tiembla, habrá que asegurar para no perder el equilibrio e irme al suelo. Y la carrera también tiene un tramo de adoquines, pero es una pasada atravesar la ciudad y contemplar sus monumentos más emblemáticos”, cuenta.
La triatleta española, que se recupera de una fractura por estrés en el segundo metatarsiano, es firme candidata a las medallas junto a la estadounidense Kelly Elmlinger, la francesa Élise Marc o la británica Hannah Moore. “Les tengo mucho respeto y habrá que darlo todo. Nunca me he bajado del podio cuando he terminado una prueba, así que veo factible lograr una medalla, pero soy consciente de que han salido rivales fuertes y de gran nivel. Voy con los pies en la tierra, con la mente fría, a pensar solo en hacer bien mi competición y a vaciarme. Soy ambiciosa y voy a por las medallas, me da igual el color. El oro está caro, pero la plata o el bronce están a mi alcance. En estos cuatro años he soñado bastante con esa imagen en el podio de París y confío en que se haga realidad”, finaliza.
MARTA FRANCÉS
Marta Francés Gómez (Puertollano, 1995). Triatlón. Dos veces subcampeona del mundo y bicampeona de Europa. Debuta en unos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Disciplinada, capaz y valiente.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Un peluche de una tortuga, una rueda de repuesto para sentirme tranquila y chocolate.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Soy muy manitas para hacer pulseras y collares con hilos.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Respirar bajo el agua.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Tengo miedo a que las personas me fallen.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El chocolate -ríe-.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la playa.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Una buena almohada.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En una tortuga marina.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Mujer de las mil batallas’, de Manuel Carrasco. Y un libro, ‘Rafa, mi historia’, de Rafael Nadal con John Carlin.