Mirada fija al frente, pide palmas al público, flexiona su brazo derecho por detrás de la cabeza e inicia una carrera potente antes de saltar. Ese ha sido su ritual desde hace dos décadas. Sara Martínez, la reina española de la longitud para deportistas con discapacidad visual. Bicampeona de Europa, medallista en mundiales y plata paralímpica. Tras un romance de altibajos con el foso de arena, la atleta madrileña encarará en París 2024 sus últimos vuelos en unos Juegos. “Ya no hay vuelta atrás, lo tengo decidido, lo dejo. Estoy cansada, empecé siendo una niña y he acabado desencantada”, recalca.
Temperamental y honesta, su trayectoria está hecha a base de constancia, de caerse y levantarse una y otra vez. El podio en unos Juegos era su amor no correspondido, hasta en cuatro citas le había dado calabazas. Pero en los quintos, en Tokio 2020, encontró su recompensa, una plata liberadora que quedará grabada para siempre en su biografía. “Curó heridas, pero no me supo bien del todo porque la marca no fue buena, hice 5.38 metros”, asegura. Antes de viajar a Japón pronunció el prólogo de su adiós al atletismo. Alcanzó la presea que le faltaba en sus vitrinas y pareció el final soñado.
Sin embargo, se concedió una prórroga, no por ganas de continuar, sino porque si lo dejaba le retiraban una beca económica que se había ganado a pulso. “Trabajo como administrativa en el Consejo Superior de Deportes, pero toda ayuda extra viene bien y no quería perderla”, dice con sinceridad. A su vuelta de Tokio se olvidó de los saltos y se dedicó a preparar la prueba de 400 metros lisos, mientras lo compaginaba con el crossfit. “Me lo tomé como un año sabático, gané mucha resistencia y capacidad pulmonar, lo estaba haciendo muy bien. Pero cogí la Covid-19 a finales de 2022 y las secuelas que me dejó fueron duras, me dolía hasta la piel al rozar la sábana de la cama. Intenté correr otra vez, pero las piernas no me respondían”, relata.
Fue entonces cuando le dijeron que para conservar la beca del Plan Adop tenía que ir al Mundial de París 2023 y hacer una determinada posición. “No funcionó, quedé quinta y me bajaron la cuantía a percibir a la cuarta categoría -pasó de 2.325 a 1.250 euros-. En los meses previos me lesioné muchísimo porque tenía las defensas bajas y caí en una especie de depresión. Me mantuve físicamente, me sentía bien de ánimos cuando iba al gimnasio o preparaba la velocidad, pero no me apetecía seguir saltando, me daba un bajón. Mentalmente he sido frágil y eso se nota a la hora de competir. A día de hoy no he arreglado mi relación con la longitud, que se rompió hace años. Llevamos más de media vida juntos y no sé hacer otra cosa”, confiesa.
Lo practica desde niña, aunque antes tuvo un fugaz paso por la natación. “Duré poco en la piscina, me aburría y me helaba de frío”, comenta entre risas. Su madre le animó a probar el atletismo, acudió a la pista del Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Madrid y sintió un flechazo. Sara nació con opacidad corneal bilateral, una enfermedad genética y hereditaria. “También la padecen mi hermana María, que fue atleta, y dos sobrinas. No entra bien la luz, las células del ojo no se desarrollan y afecta a la agudeza visual”, explica. Esa falta de visión no fue óbice para disfrutar del deporte. Al principio se decantó por las largas distancias y con diez años ganó una plata en una prueba de cross en Praga (República Checa).
Su rumbo cambió cuando conoció a Pedro Maroto, su entrenador y cuñado. “Él me enseñó los saltos, le debo mucho. La longitud no me gustaba de pequeña porque me manchaba de arena y nunca caía de culo”, bromea. Debutó con un bronce en un Europeo junior en Assen (Holanda) y de ahí fue directamente a los Juegos de Atenas 2004 con tan solo 14 años. “Era la más joven de las participantes, para mí era como un parque de atracciones. Fueron especiales y los pude compartir con mi hermana y con mi primo, Daniel Moreno”, recuerda. Fue el inicio de un camino repleto de éxitos y de algunas frustraciones, con medallas en mundiales -bronces en Lyon 2012 y en Doha 2015, y plata en Londres 2017 y Kobe 2024- y en europeos -dos oros en Grosseto 2016 y en Berlín 2018, bronce en Swansea 2014 y plata en Bydgoszcz 2021-.
Aunque para ella, una de sus mejores actuaciones no vino acompañada de un metal. Fue en los Juegos de Londres 2012, siendo quinta. “Venía de ser undécima en Pekín 2008 y quería resarcirme. Estaba fuerte, pero la noche antes de competir nos informaron de que iban a juntar nuestra categoría con la de las ciegas totales (T11). Y claro, nos dejaron en desventaja por el baremo tan alto que utilizaron. Para ganarles teníamos que saltar casi un metro y medio más que ellas, la distancia entre los récords mundiales de ambas categorías, una misión imposible. Solo al alcance de la ucraniana -Oksana Zubkovska-, que salta más de 6.80 metros, una barbaridad. Fue un palo, sentí que me robaron el bronce porque fui tercera en T12. Lloré como nunca ese día”, lamenta.
Sus lágrimas también regaron la arena del estadio de Maracaná tras quedarse a un centímetro del bronce en los Juegos de Río de Janeiro 2016. “Esa vez la cagué, competí fatal y perdí la medalla”, afirma. Supo sobreponerse de la segunda bofetada, aunque el ciclo hacia Tokio 2020 se le hizo tedioso y complicado. En su cabeza revoloteaban inquietudes y dudas, no le llenaba la rutina de sacrificios que hacía por el atletismo. Aun así, se plantó en Japón y voló hacia la plata. “Fue deprimente competir sin público, menos mal que tenía a mis compañeros animando en las gradas. El sabor fue agridulce porque el nivel estaba bajo y no me satisfizo del todo ganar en esas circunstancias”, subraya Sara.
Pensó que Tokio era un punto final, pero no quería perder la beca económica y decidió estirar un poco más su carrera. El pasado año se marchó a vivir con sus perros a la Sierra de Madrid, necesitaba reencontrarse y poner en orden sus pensamientos. “Pasé un año de mierda, tuve problemas personales y mis competiciones habían sido muy malas, pero conseguí salir del pozo y como quedaba un año para París, aposté por preparar bien mis sextos Juegos. He entrenado más que nunca y me siento bien, lo afronto con ganas e ilusión. Pero, al mismo tiempo, tengo ganas de decir adiós. Esto se acaba, así que habrá que poner toda la carne en el asador”, agrega.
En la Ciudad de la Luz le esperan sus últimos vuelos paralímpicos tras cuatro lustros de exprimir el cuerpo. Y llega con la confianza reforzada al ganar en mayo una plata en el Mundial de Kobe (Japón). La ucraniana Zubkovska, favorita al oro, la uzbeka Yokutkhon Kholbekova y la japonesa Uran Sawada son sus principales adversarias para luchar por el podio. También correrá los 400 metros junto al guía Jaime del Río. “Me alegraría más saltar algo decente, como 5.70 -su tope está en 5.81 metros-, que conseguir una medalla. Con esa marca tendría muchas opciones de sacar chapa, pero si la hago y me quedo fuera de las tres mejores, estaré contenta. Me merezco estos Juegos, quiero disfrutarlos al máximo y saborear cada salto. Eso sí, en mi último entrenamiento tiraré los clavos de las zapatillas, no los guardo para que no sean una excusa para volver”, concluye con una sonrisa.
SARA MARTÍNEZ
Sara Martínez Puntero (Madrid, 1990). Atletismo. Plata en Tokio 2020. Subcampeona mundial y bicampeona europea en salto de longitud T12. En París disputará sus sextos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Constante, transparente y leal.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Los clavos de las zapatillas, es que soy muy sencilla -ríe-. Bueno, para París llevo una cuchara que en un espectáculo al que asistí un mentalista la dobló, sin tocarla, a diez metros de mí, y me dijo ‘Para que confíes en ti, todos los objetivos que te propongas los vas a cumplir’.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Hacer pendientes, se me dan muy bien las manualidades y cuidar las plantas -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Ver bien.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Fobia a que todos los días de mi vida sean iguales.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El pan.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A un embalse que hay junto a la finca en la montaña en la que viví el pasado año. O a un parque solitario para pasear con mis perros.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mis tres perros.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un pájaro, la sensación de volar debe ser impresionante.
10.- Una canción y un libro o película.
‘La canción del pirata’, de Tierra Santa. Y película, ‘El color púrpura’.