‘Lo difícil se consigue, lo imposible se intenta’. Ha sido el leitmotiv que ha guiado siempre a Jota García. Para él, con los ojos del corazón, no hay camino oscuro. Con 28 años su vida se fundió a negro, pero supo bailar con la ceguera a base de brazadas, pedaladas y zancadas. Encendió una nueva luz con el triatlón, su esperanza y sostén ante la tormenta que arreciaba, deporte en el que se ha erigido en uno de los mejores del mundo. Sonriente, confiado e imbuido de optimismo, el madrileño aglutina en su palmarés numerosas medallas internacionales y ahora busca la única que le falta, su primera presea en unos Juegos Paralímpicos. Lo hará atado a Diego Méntrida, su ‘lazarillo’. “No partimos entre los favoritos, pero que no se confíen porque podemos dar la sorpresa”, recalca.
Será su segunda cita paralímpica después de Tokio 2020, donde se cumplió aquella frase profética que le espetó a la cirujana que le intervino el 26 de diciembre de 2011 y tras el que dejó de ver. “Recuerdo que la noche anterior vi junto a mi primo la película ‘Torrente 4’ en casa y al día siguiente me levanté tranquilo, sabía lo que me esperaba, pero, por ignorancia, tenía esperanza en que no iba a perder del todo la visión. El rostro de la doctora, que tenía un parecido a la jugadora de baloncesto Amaia Valdemoro, fue lo último que vi, la luz se apagó. Poco después le dije que me buscase por televisión porque competiría en unos Juegos. Es lo único de guion de peli americana que tiene mi historia, el resto es más de ‘Torrente’”, dice con esa habilidad suya de sacar humor del peor momento imaginable.
Jota creció en las calles de Buitrago de Lozoya (Madrid), a los pies del puerto de Somosierra, y desde los siete años tuvo que lidiar con la uveítis que le habían diagnosticado. Una enfermedad que afecta a la úvea, que se encarga de transmitir la sangre al ojo, y en su caso no le llegaba lo suficiente. Sufría brotes inflamatorios que le producían bajada de visión, hasta que se quedó sin ver por el izquierdo con 23 años. Unos meses después llegó otro revés, aunque en esta ocasión en un accidente de tráfico que le dejó el brazo derecho en estado catastrófico. Quedó atrapado entre el techo del coche y la carretera tras volcar en una rotonda.
“Pasé cinco días en coma y el brazo pendió de un hilo porque cogí fiebre y con infección había que amputar. Fue un milagro ya que al final lo salvaron, me quedó una gran cicatriz, pero pude recuperar la movilidad”, explica. Y como no hay dos sin tres, casi seis años después llegó el mazazo definitivo cuando la ceguera total llamó a su puerta. Paradojas de la vida, en esa época estaba en el último curso de la carrera de Óptica y Optometría. “Era vocacional, desde niño había estado como paciente y quería saber qué se sentía desde el lado profesional. Pero claro, era absurdo terminarla, un óptico y optometrista ciego causaría cierta desconfianza”, bromea.
El madrileño amortiguó cada golpe con estoicismo y fortaleza mental, aunque asegura que le costó asimilar aquellas palabras que la doctora desmenuzaba. “Jamás trato de dar pena, pero no ver es algo muy duro, tu día a día se complica. Pasé por una etapa de bajón, no quería salir de la cama, llegué a pesar 110 kilos y pagaba mi rabia e ira con la gente más cercana. Hasta que comprendí que, si me hundía, mi familia también lo haría conmigo y eso no lo podía consentir”, subraya. A través del triatlón, esa modalidad que un año antes se había quedado cosida en su retina durante una prueba en su pueblo, prendió la llama de la ilusión, volvió conectarse a la vida. “Sabía que el deporte me ayudaría a salir adelante y a ser autónomo. Fue la tabla a la que me agarré”, afirma.
Jota puso a funcionar su cabeza y sumergido en agua caliente en su bañera se visualizó realizando un triatlón. “Dibujé la antítesis de ese ciego estereotipado que tenía, el que la sociedad suele mirar con condescendencia. Quería que la gente sintiese admiración, que lo último que viesen en mí fuese la ceguera, algo que nunca me ha frenado. Y conseguí salir de mi zona de confort, con mucho miedo y aprendiendo de los errores. Me he llevado hostias, pero siempre he sido constante y me he levantado una y otra vez, nunca me doy por vencido”, sostiene. El destino quiso que su estreno como triatleta fuese en Buitrago de Lozoya y con Fran Nieva como guía: “He estado en grandes escenarios, pero como ese debut no hay nada más especial”.
Los resultados comenzaron a llegar y ya nada frenaría su ímpetu. Eso sí, ha tenido que superar obstáculos hasta llegar a la cima. “El camino ha sido durísimo, he tenido que picar mucha piedra en todos los sentidos. Desde entrenar con mi mujer agarrado en la bicicleta para que no me cayese, pedir dinero a mis padres para competir, coger un avión con mi perra Thelos e irme a Holanda para hacer prácticas en una clínica de fisioterapia o entrar en despachos de empresas y convencerles de que podía ser una buena imagen para ellos. He tenido que remar a contracorriente y he llegado tan lejos porque no me he saltado ningún paso, aquí no existen varitas mágicas que te hagan subir de pronto, sino trabajando y disfrutando de cada paso”, añade.
El salto importante lo dio en 2017, meses después de proclamarse campeón del mundo en Rotterdam. Obtuvo sus mayores lauros con Ángel Salamanca como guía. 2019 fue su mejor año, con un oro y un bronce en las Series Mundiales de Yokohama y Montreal, respectivamente, y siendo campeón de Europa en Valencia. Selló su pasaporte para los Juegos de Tokio 2020, donde logró un diploma al ser séptimo con Pedro Andújar. “Veníamos de unas circunstancias complicadas, en plena pandemia, estuvimos entrenando aislados, sin nuestras familias y eso me desconcentró. En la carrera íbamos luchando por medallas hasta que nos sancionaron 15 segundos por desabrocharme el casco antes de tiempo. Y después me dio un golpe de calor, estuve corriendo con sangre en la boca, fue una agonía. Acabamos lejos del resultado que queríamos”, lamenta.
El nuevo ciclo lo inició con un varapalo, se quedó fuera de la selección española para el Mundial de 2022 en Abu Dabi, a pesar de estar clasificado por ranking en categoría PTVI (deportistas ciegos). “Era clave ese campeonato porque te dejaba en una posición acomodada de cara a París 2024, pero saltaron todas las alarmas, no me convocan ni me dan argumentos, así que ya no sumaba puntos importantes y me quedaba sin opciones de beca económica. Entré en modo pánico y puse sobre la mesa dar por terminada mi carrera. Pero mi mujer, que es el faro que me guía, me tranquilizó, hicimos cuentas y decidimos darle la vuelta a la tortilla”, relata.
En estos tres años, con hasta cuatro guías diferentes -Adrián Salto, Nacho Cabrera, Daniel Múgica y Diego Méntrida- ha seguido cosechando metales: bronces en las Series Mundiales de Yokohama y Devonport, oro en Málaga y en Vigo y plata en A Coruña y Samarkand (Uzbekistán) en la Copa del Mundo. Para los Juegos de París no entraron por ranking -eran décimos y solo iban los nueve primeros-, sino por una invitación. “Ha sido una locura esta clasificación, nos ha pasado de todo, hemos luchado contra viento y marea. El rendimiento ha sido impecable, nos vimos fuera, pero al final conseguimos meternos. Es el reflejo de la historia de mi vida, siempre apurando los tiempos, yendo al límite, caótico pero ordenado. Tengo 41 años y me siento con más madurez, con mayor capacidad de sufrimiento y mentalmente fuerte, sigo siendo muy competitivo”, sostiene.
Ha encontrado en Méntrida al compañero perfecto para afrontar la cita en la capital francesa. “Es un purasangre, súper implicado en el proyecto desde el primer día, es empático, un chaval especial, con la cabeza bien amueblada, que me da el punto extra de juventud que me falta. Estamos muy enchufados y equilibrados en los tres segmentos, la natación va fluida, solemos salir en cabeza, en el tándem están saliendo los vatios y en la carrera a pie vamos más rápidos, pero habrá que apretar si queremos dar guerra”, comenta.
Aunque el ‘Jota Blind Team’ lo forman más personas, como su entrenador Iván Álvarez o los jóvenes Pablo Gil y Guillermo Ruiz, “los guías que están en la sombra y hacen el trabajo sucio, exigiéndome en cada entrenamiento”. Así como sus dos hijos Roque y Lucas, y su mujer Gloria, a la que conoció esquiando: “Son mi energía vital, ellos me aportan tranquilidad, necesito tenerlos cerca y sentirlos, me cargan las pilas. Saber que estarán en la grada y escucharlos gritar mi nombre será algo inolvidable”. En París tendrán a rivales como el británico Dave Ellis, los franceses Thibaut Rigaudeau y Antoine Perel, el australiano Sam Harding o el español Héctor Catalá.
“A priori, son los que se jugarán el podio, están muy fuertes. La gente quizás no cuente conmigo, pero pienso que puedo estar ahí arriba si soy fiel a mi estilo. Prefiero ser cola de ratón que cabeza de león. Tengo ganas de quitarme la espinita de los anteriores Juegos y demostrarme que soy capaz de rendir a un nivel alto. Con los pies en la tierra, acudo creyendo que se puede conseguir, de lo contrario, me habría quedado en casa. Vamos a salir con fuego y a dar todo lo que tengamos para ponérselo difícil a los rivales, soñamos con la medalla. Aunque el mayor premio será cruzar la meta y sentirse orgulloso de todo el trayecto realizado”, finaliza Jota García.
JOTA GARCÍA
José Luis García Serrano (Madrid, 1983). Triatlón. Campeón del mundo y de Europa, también cuenta con numerosas medallas internacionales. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Constante, divertido y cabezota.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
La cuerda con la que vamos unidos mi guía y yo para nadar y correr, es lo primero que echo en la maleta.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
No, no tengo ningún talento especial.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Me conformaría con ver -ríe-.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A los bichos e insectos, a las serpientes también.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El queso, me encanta.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
El sitio donde desconecto es en la bañera de mi casa dándome un baño de agua caliente -ríe-.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mi mujer y a mis hijos.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En una orca.
10.- Una canción y un libro o película.
‘El bien’, de Viva Suecia. Un libro, ‘A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España’, de Manuel Chaves. Y una película, ‘Titanes’.