Cuando Desirée Vila acude al cementerio de Valladares (Pontevedra) a visitar a su abuelo, se reencuentra con su pierna derecha. “El deporte me la quitó, pero también me devolvió la vida”, asevera. La tiene enterrada en el panteón familiar. “Ya tengo un pie en la tumba”, dice con ese toque de humor negro con el que trata de normalizar la discapacidad. Espontánea, locuaz, pizpireta e inquieta por naturaleza, en la adolescencia le tocó encajar un duro golpe que la sumió en un pozo durante una etapa. Su pasión era la gimnasia, dibujaba acrobacias y ejecutaba mortales y volteretas en camas elásticas, hasta que su prometedora carrera se vio truncada por una lesión de tibia y peroné que derivó en una negligencia médica y en la amputación de la pierna por encima de la rodilla.
Hoy vuela alto con sus saltos sobre el foso de arena. Se reinventó como atleta, con una capacidad de resiliencia que le impulsó a situarse entre las mejores del mundo en la longitud en su categoría (T63), siendo una deportista perseverante que desprende energía. Lleva seis años entre esprines y brincos apoyada en su ballesta, y en París participará en sus segundos Juegos Paralímpicos. “Me siento muy afortunada, sin aquel accidente, lo que estoy viviendo habría sido imposible. Hay una frase de Charles Darwin que dice ‘No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino el que mejor se adapta al cambio’. En mi caso, supe adaptarme y ver las transformaciones como oportunidades gracias a otro deporte que me ha abierto infinitas puertas”, recalca.
Ahora se bebe la vida a bocanadas, aunque tuvo que pasar un duelo y un proceso largo en el que necesitó ayuda psicológica. “Al principio lo veía todo negro, lo que más me angustiaba era esa falta de información, entré en depresión”, relata la viguesa al recordar el calvario por el que atravesó. De niña cambió el ballet por la gimnasia acrobática, tenía cualidades y pronto accedió a la selección española, con la que llegó a disputar un Mundial. En 2015 estaba preparándose para un Europeo, era una tarde de finales de febrero que ya empezaba a languidecer, faltaban las últimas repeticiones y en un mortal en plancha todo el peso de su cuerpo cayó sobre su pierna derecha.
Fractura de tibia, peroné y meniscos. Nada hacía presagiar que, cinco días después, acabaría con el miembro amputado. “Estuve varias horas esperando a que me atendieran, tenía una obstrucción en la artería, no circulaba la sangre, el pie se me puso morado y peligraba. No hicieron nada por remediarlo. Cuando los médicos actuaron, ya era tarde. Fue un palo grande, no pensé que una lesión como esa terminara en algo tan grave. El mundo se me vino encima, tuvieron que sedarme y estuve con tratamiento antidepresivo. Tenía que dejar el deporte que me apasionaba”, cuenta.
Durante su estancia en el hospital, una enfermera le dijo una frase para inyectarle ánimos: ‘Lo único incurable son las ganas de vivir’. Se convirtió en su mantra, la lleva incluso tatuada en su costado. “Ese mensaje fue una pequeña luz a la que me aferré para levantarme y continuar, tenía que aprovechar esa opción, la vida es corta y había que exprimirla al máximo”, comenta. También fue una motivación la visita de Irene Villa, víctima de ETA que perdió las dos piernas en un atentado, en la que se vio reflejada.
Lo que más le costó fue aceptar su discapacidad y mostrar la prótesis en público, trataba de pasar desapercibida vistiendo pantalones largos. “Una de las mayores preocupaciones de los adolescentes es el aspecto físico, tenía miedo a cómo me tratarían en el instituto, por suerte nunca sufrí bullying. Era muy presumida, pero entonces me veía fea y no me ponía vestidos. Tardé, aunque aprendí a quererme, ser diferente no es un defecto, puede hacerte brillar”, agrega. Se refugió en el deporte, probó natación, tenis de mesa y baloncesto, hasta que vio por televisión las pruebas de atletismo en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. Apostó por el salto de longitud y emergió de nuevo su espíritu gimnasta.
“Me reencontré con mi esencia y lo dejé todo para marcharme al Centro de Alto Rendimiento de Madrid para tomármelo en serio. En los inicios era reacia ya que no me sentía a gusto con la etiqueta de la discapacidad, lo veía algo negativo. Pero cambié el chip al estar rodeada de deportistas amputados, todos habíamos pasado por situaciones jodidas. La primera foto que subí a redes sociales mostrando la prótesis fue con mis compañeros, la de correr es una ballesta que llama la atención y te da esa sensación de poderío”, subraya. Perdió incluso la vergüenza de enseñar su muñón, al que bautizó con el nombre de ‘Muñín’ y que cada 4 de marzo le celebra su cumpleaños con tarta incluida.
Desirée empezó desde cero sobre el tartán, tuvo que aprender sola, visualizando vídeos de YouTube: “No podía correr ni 20 metros porque me caía. Venía de estar muy enferma y mi forma física era penosa. Pero tengo gran capacidad de aprendizaje y el cuerpo es sabio, tiene memoria, en cuanto le metes caña recuerda que has sido deportista. Todo fue muy rápido, me iba poniendo pequeños retos y en poco tiempo ya estaba compitiendo”. Su constancia y trabajo le han granjeado buenos resultados, consiguiendo los récords de España en 100 metros y en salto de longitud T63. Debutó en el Europeo de Berlín en 2018, pero “fue un desastre, me salió fatal. Aquello fue una lección que me ayudó a mejorar”. En 2019 quedó novena en el Mundial de Dubái.
Y en 2021 vivió su mejor temporada al colgarse un bronce en el Europeo de Bydgoszcz (Polonia), su primera medalla internacional. Unos meses después cumplió un sueño, participar en los Juegos Paralímpicos de Tokio, donde se llevó un diploma al ser sexta. “Lloré cuando pisé la villa. El camino había sido una odisea por la pandemia de la Covid-19, las concentraciones en burbujas, lejos de la familia, entre mascarillas y test de antígenos. Esa experiencia es imborrable, la llevo grabada en mi retina. Lo peor fue el no poder relacionarme como quería, soy muy sociable y me echaron muchas broncas porque me acercaba a todo el mundo. Pero era mi momento, no sabía si volvería a vivir otros Juegos, parecía una niña en un parque de atracciones”, explica.
La viguesa, que también conjuga su experiencia vital en conferencias, compagina el deporte con una dedicación activa en las redes sociales, donde trata con naturalidad la discapacidad. “Recurro al humor negro para que la sociedad tenga otro concepto de nosotros. Odio que la gente nos mire con condescendencia, que me vean por la calle con la prótesis y digan ‘Pobrecita’”, añade Desirée, que se ha convertido en la imagen de empresas como Adidas, Toyota o Pantene: “No vivo del deporte ya que tengo una beca de 300 euros mensuales, así que necesito a los patrocinadores, por eso cuido y trabajo la marca personal. Por desgracia, hoy vale más tener seguidores que un gran palmarés deportivo. A diferencia con otras compañeras, no tengo medallas en mundiales o en Juegos, pero sí más visibilidad. No estoy a favor de ello, pero las reglas son así y tienes que saber jugar con las cartas que te tocan”.
En estos tres últimos años ha seguido progresando, siendo quinta en el Mundial de París en 2023 y en el de Kobe (Japón) en mayo. Y todo ello a pesar de tener que lidiar con una lesión crónica en el tendón de Aquiles y con una patología coronaria por la que pasa revisiones cada seis meses. El corazón bombea bien, aunque tiene una arteria más estrecha por donde a la sangre le cuesta pasar. “Es de nacimiento y se ha desarrollado más rápido al practicar atletismo. Después de Tokio me dijeron que había que operar, pero se ha pospuesto de manera indefinida. Es una intervención compleja, me pondrán una válvula biológica. Espero que ese día llegue después de mi retirada, ahora mismo convivo bien con ello”, informa.
Su cabeza está puesta en sus segundos Juegos Paralímpicos. Hay fuego hambriento en sus ojos azules, quiere dar un paso más y plantear batalla a las favoritas. Llega confiada y cargada de buenas sensaciones tras hacer en junio el récord de España con 4.50 metros. “Sigo en desventaja con algunas rivales que tienen el fémur completo o son dobles amputadas, pero he tratado de rebajar esa distancia mejorando mi punto débil, que es la velocidad, y potenciando mis fortalezas por mi pasado en la gimnasia. A nivel mental he crecido, estoy motivada, antes no me gustaba competir, me ponía nerviosa. Ahora es todo lo contrario, con público me crezco y saco mi mejor versión”, apunta.
La cita de París será aún más especial para ella porque cerrará un círculo que abrió hace una década. Allí disputó su único Mundial como gimnasta acrobática. “Estoy con ilusión y también con mayor presión, pero me gusta, suelo rendir mejor cuando me exigen. Llego preparada física y psicológicamente, puede pasar todo y estaré al acecho por si mis rivales fallan. No estaría satisfecha si no hago marca personal y quedo por debajo del sexto puesto. El podio estará, como mínimo, en 4.50 metros, voy a lucharlo, una medalla es cara, pero tengo esperanzas, es posible”, apostilla Desirée Vila, una deportista que exprime la vida saltando, cayendo y levantándose. Una y otra vez.
DESIRÉE VILA
Desirée Vila Bargiela (Vigo, 1998). Atletismo. Bronce europeo en 2021. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Intensa, feliz y trabajadora.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
La prótesis de correr, los cascos para escuchar música y la cámara con la que hago vídeos para mis redes sociales.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Para el snowboard. Y también haciendo esquemas -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme, porque odio viajar -ríe-.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Me da miedo pasar por encima de las alcantarillas, pienso que se van a romper, por eso intento evitarlas -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El fuet.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A Galicia, mi casa, al monte o a la playa.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Crema solar.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un koala porque me pasaría durmiendo 22 horas al día -ríe-.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Play hard’, de David Guetta. Libro, ‘El mundo amarillo’, de Albert Espinosa. Y película, ‘Titanic’.