Las esperanzas más frágiles se convierten en sólidas y resistentes cuando no hay otra cosa a la que aferrarse. Diego Lardón es un ejemplo de ello. El deporte le enseñó a sufrir y su fortaleza mental, corazón indomable y estoicismo le ayudaron a combatir “con el tío de la guadaña” tras un grave accidente laboral. Volvió a la vida contra todo pronóstico, se abrazó a la montaña, su pasión, y luego al triatlón, para emprender un nuevo camino vital. Apenas lleva tres años compitiendo y con constancia, trabajo y audacia se ha clasificado para los Juegos Paralímpicos de París, la Ciudad de la Luz. Una gesta impensable para alguien que tuvo que reinventarse y perseverar en medio de la oscuridad.
Creció en unión con la naturaleza, rodeado de cimas, senderos y árboles en el municipio granadino de Padul, a los pies de la Sierra del Manar, su terreno de juego. Aventurero desde niño, le gustaba ir a explorar en las antiguas minas de wulfenita, explotadas durante la Segunda Guerra Mundial. Era tan hiperactivo que sus padres eligieron dos deportes para tenerlo ocupado por las tardes: balonmano y kárate. Aunque a él le tiraba más el fútbol y pasó muchos años con un balón en los pies, llegando a jugar en Primera Andaluza. Era un extremo rápido y hábil, pero se cansó de los insultos que recibía cuando visitaba campos rivales y prefirió el silencio de la montaña. Con su amigo Javier probó el Trail Running.
Con sus brincos y desafíos a la verticalidad encontró en los montes cercanos a su pueblo una vía de escape. “Empecé a competir en pruebas de resistencia y cada vez me enganchaba más. Se convirtió en el mejor psicólogo, en las alturas me olvidaba de cualquier problema”, recalca. Se enfrentaba a recorridos escarpados y rocosos, aunque el más duro y exigente con el que le tocó lidiar fue en la cama de un hospital. Y pocos creyeron que alcanzaría la meta. El 22 de febrero de 2019 comenzó a librar su batalla más complicada. Trabajaba en una planta de reciclaje de vehículos cuando su guante quedó atrapado en una máquina que manipulaba y esta le arrancó el brazo izquierdo a la altura del hombro.
“Era una tarea que no me correspondía a mí, pero fui a revisarla y tuve mala suerte. Fue en cuestión de segundos, me levanté del suelo y al girarme vi mi brazo dando vueltas, es una imagen que no puedo borrar. Corrí hacia mis compañeros y me llevaron en un coche al hospital. No me desmayé, fui consciente de lo que me había ocurrido y llegué por mi propio pie, ante el asombro de las enfermeras”, relata. Los médicos trataron de reimplantarle el brazo en una intervención que duró 16 horas, pero el cuerpo rechazó el miembro y otra vez pasó por el quirófano para retirarle la extremidad. Entró en una situación crítica, cayó en coma y padeció fallos multiorgánicos, con parada cardíaca.
“A mi familia les dijeron que rezaran porque tenía muy difícil sobrevivir”, afirma. Pero su corazón resistió. Despertó siete días después, conectado a máquinas y tubos. “Lo que más me dolía era el mal trago que habían pasado mi pareja, mis padres, mi hermano y mi entorno. Los médicos asociaron que continuase vivo a que practicaba deporte. Estaba en mi mejor momento física y mentalmente, eso fue lo que me salvó. Parece que en el monte me había estado preparando para esta carrera”, subraya. Necesitó tiempo para digerir su nueva situación. “Cuando me vi en el espejo recibí una bofetada, lloré mucho ese día. Era un esqueleto, me quedé en 58 kilos y sin un brazo. Pero respiraba, era lo único que importaba”, añade.
Se tatuó el perfil del pico de La Silleta (Padul), el mismo que subía y bajaba antes del accidente y que le hizo derramar lágrimas cuando lo contemplaba desde la cama del hospital. “Tenía claro que volvería a coronarlo”, asegura. Todavía estaba en tratamiento con morfina y con dolores por el síndrome del miembro fantasma cuando en mayo completó, apoyado por su familia, la ruta Lavaderos de la Reina. Siete horas de caminata. Y un mes después volvió en solitario a la montaña, sin más compañía que el ulular del viento y la bóveda del cielo: “Me paré mil veces, lloré y me emocioné. Me sentía libre, en mi lugar”.
En 2020 el triatlón se cruzó en su camino al conocer a José Antonio Abril -amputado del brazo izquierdo-, campeón del mundo y de Europa en la modalidad de cross. También le animó Kini Carrasco, el primer triatleta en sumar 100 pruebas internacionales. “Él dirigía al equipo de promesas paralímpicas y me llevó a la primera concentración en Mar de Pulpí (Almería), fue una inyección de motivación. Allí todos sabían nadar menos yo, que solo flotaba -ríe-. El agua ha sido lo más difícil, tuve que aprender y hubo etapas en las que pensé en dejarlo, pero no tiré la toalla”, cuenta.
El entrenador Dani Múgica empezó a pulirlo y, aunque costó, los frutos acabaron llegando. Debutó en julio de 2021 en el triatlón de Sierra de Cazorla. En sus inicios le dieron la categoría PTS4 (discapacidades moderadas), pero tenía otras afectaciones, había perdido movilidad en una pierna por problemas en la cadera. “Ya no corro cómo antes, cuando paso de tres kilómetros me manda un aviso, me duele y se inflama. En los entrenos suelo prepararme en la cinta antigravedad Alter G para evitar impactos. El proceso hasta que me bajaron a PTS3 (discapacidades significativas) fue un calvario, tuve que pasar varias pruebas y presentar informes médicos”, comenta.
Su estreno en la nueva categoría fue amargo ya que en junio de 2023 en la Copa del Mundo de Besançon (Francia) no acabó la prueba por un golpe de calor. En esos instantes veía imposible ir a los Juegos Paralímpicos de 2024. Era un recién llegado y aún no había puntuado en el ranking clasificatorio. Pero Lardón, que nunca se rinde al desaliento, con porfía, confianza, trabajo y empujado por su gente, comenzó su ascenso en la élite. En un año ha acumulado seis medallas y un puñado de puntos que le han aupado a la octava posición y, por tanto, le han otorgado el billete para París: “Pintaba muy negro, pero lo he conseguido, es más que un sueño”.
La temporada pasada ganó una plata en Taranto (Italia) y dos bronces en A Coruña y en Alhandra (Portugal) en la Copa del Mundo. Abrió este año con un bronce en Yenisehir (Turquía) en abril, pero seguía fuera de las plazas para los Juegos. “Durante unos meses tuve un bajón mental, no me apetecía entrenar. Tenía fecha para el juicio por mi accidente laboral y eso acarreaba un peso grande que me impedía seguir avanzando en el deporte. Me desvelaba cada noche con ansiedad, no descansaba. Afortunadamente se solucionó y supuso una liberación”, dice.
Con esa tranquilidad pudo rendir al máximo en un mes “de locura”. El 28 de mayo nació su hijo, Diego, y el 1 de junio cruzaba la meta en Vigo para llevarse el oro en la Copa del Mundo. “Carmen, mi pareja y la persona que ha estado conmigo al pie del cañón, tuvo un parto por cesárea. Le dije que me quedaba con ellos en el hospital y ella me obligó a ir. Tenía que ganar por ellos y salió perfecto”, narra. En las dos semanas siguientes disputó las Series Mundiales, con un cuarto puesto en Swansea (Gales) y un bronce en Montreal (Canadá) que confirmaba su presencia en París.
“Cuesta asimilar que estaré en la gran fiesta del deporte, con la delegación española desfilando por la ciudad en la ceremonia inaugural, es algo que no imaginaba hace unos meses. Afronto mis primeros Juegos Paralímpicos con mucha ilusión y sin ninguna presión, quiero saborearlos ya que quizás no pueda ir a otros. Me siento muy competitivo, más cerca de los mejores, en el agua he mejorado mis tiempos. La bicicleta es mi punto fuerte y en la carrera a pie tendré que exprimirme para estar lo más arriba posible. Si salen los entrenamientos igual puedo dar alguna sorpresa. Cuando has estado cerca de la muerte, cada día te lo tomas como un reto y un regalo, así que quiero disfrutar cada momento”, sentencia Diego Lardón.
DIEGO LARDÓN
Diego Lardón Ferrer (Granada, 1984). Triatlón. Cinco medallas en Copa del Mundo y un bronce en las Series Mundiales. En París debuta en unos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Cabezota, competitivo y familiar.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Dos pares de gafas para nadar porque me da miedo que en el momento de la competición se me rompe una -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Se me da bien trabajar la madera, hago muebles.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Volar.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Después de lo que me pasó, no temo a la muerte, sin embargo, mi mayor miedo es que me pase algo en el brazo derecho.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Mi madre es que cocina tan bien, que no puedo renunciar a nada de lo que hace -ríe-. Es complicado quedarme con un plato, pero diría una carrillada o calamares en su tinta.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la montaña, allí me siento en paz.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Si fuera para siempre, a mi pareja, a mi hijo y a mi perro. Pero si es para poco tiempo, una caña de pescar para comer algo -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un águila.
10.- Una canción y un libro o película.
Escucho de todo, música clásica, tecno o flamenco, pero no tengo una canción favorita. Un libro, ‘Correr o morir’, de Kilian Jornet. Y película, ‘Gladiator’.