Era finales de mayo de 2017, Málaga, unas pocas nubes altas navegaban en el cielo azul. Ricardo Ten, inexpresivo, con mirada chispeante tras gafas oscuras, se preparaba para su bautismo en competición. Ganó con solvencia el Campeonato de España en carretera. Ahí, su pequeña silueta echaba a volar sobre dos ruedas e iniciaba el advenimiento de su reinado como ciclista. Aunque era un ‘novato’ y se lo tomaba con prudencia, sus ojos ya centelleaban promesas de éxitos. En siete años se ha granjeado una reputación extraordinaria en el ciclismo, con un palmarés envidiable: 29 medallas en mundiales, bronce paralímpico y más de una treintena de metales en Copa del Mundo. Indomable y referente, es el español con más maillots arcoíris de la historia (14).
Metódico y consagrado, con mentalidad de hierro, coraje y pundonor se ha convertido en un corredor de tronío. Es un camaleón voraz, se adapta y brilla en cualquier terreno, ya sea en la pista o en el asfalto. La determinación, resistencia y confianza en sus posibilidades las forjó desde su infancia. Cuando era niño sus piernas impulsaban una bicicleta amarilla con la inscripción negra de ‘GAC Motoretta-2’. Con ella galopaba las calles de su barrio de Benimámet (Valencia), subía y bajaba cuestas, y pedaleaba feliz por los alrededores de la casa de campo de sus padres en Liria. Y con esa bici derribó el primer muro nada más abandonar el hospital cuando a los ocho años sufrió la amputación de los brazos y de la pierna izquierda tras un accidente con un cable de alta tensión.
“Estaba con mi primo en el tejado de la casa de mis tíos que aún se encontraba en obras y repleta de andamios. Levanté un hierro y le dije ‘Mira qué fuerte soy’, cuando se me fue hacia atrás porque pesaba mucho y tocó el tendido eléctrico”, narra. Sufrió quemaduras de tercer grado en el 75% de su cuerpo y tuvieron que amputarle las extremidades superiores y una pierna. Pasó diez meses hospitalizado. “No era consciente de la gravedad porque era un crío. Lo que más me preocupaba era si volvería a montar en bici”, confiesa. Nada frenaría su vigor y optimismo, pese a su bisoñez acumulaba redaños suficientes para rebelarse ante aquel mayúsculo desafío que la vida le presentaba.
Su padre y su hermano Antonio, que era piloto de motos, le adaptaron de un modo rudimentario y casero su Motoretta para poder agarrar el manillar y frenar. Esa porfía, batiéndose de nuevo en un duelo con los pedales le otorgó su primer maillot: el de la superación. “Ahí supe que podía alcanzar cualquier objetivo que me propusiera, aunque tuviese que esforzarme más. Tuve suerte de la gente que me rodeaba, me trataron de la misma manera y me hicieron sentir como cualquier otro niño”, recalca. Nada se le resistía, jugaba a tenis de mesa, baloncesto o fútbol con los amigos hasta que anochecía y llegaba a casa con los muñones ensangrentados. Supo pasar página rápido, el deporte fue su aliado y la piscina, su refugio.
A través de un artículo en un periódico descubrió el deporte adaptado y se plantó en las instalaciones del CD Aquatic Campanar. “Nadaba de pena, apenas me desplazaba para flotar y no ahogarme, y allí me enseñaron la técnica de los estilos”, recuerda. Durante dos décadas, en el agua forjó su leyenda con más de 40 medallas internacionales, tres oros, una plata y tres bronces en cinco Juegos Paralímpicos. “Todas son muy especiales. En Atlanta 1996 gané una plata, pero fue un palo, por la mañana había batido el récord del mundo y por la tarde me ganaron. En Sídney 2000 alcancé el sueño del oro tras cuatro años de obsesión y trabajo duro”, resume.
Solo se perdió los de Atenas 2004 porque aparcó la natación ante la escasez de ayudas y dedicó dos años al esquí alpino. Pero regresó para subir al podio en Pekín 2008 y en Londres 2012. El desaliento volvió a cundir después de Río de Janeiro 2016, donde quedó quinto. Notó que la motivación se iba apagando y decidió colgar definitivamente el bañador. “Había construido una carrera longeva y en cuanto vi que mis tiempos ya no eran los mismos para pelear por estar en lo más alto, cerré esa etapa. Eso sí, mi corazón siempre será de nadador”, dice con una sonrisa.
Embutido en un maillot dio un giro de tuerca a su trayectoria deportiva. Los ojos le volvieron a brillar, la ilusión floreció con la bicicleta. Encaró el reto con avidez y sagacidad, sin más pretensión que participar en pruebas nacionales. Pero una vez más brotó su voracidad incontrolable, talento y potencial para mutar en un ciclista feroz. “Jamás imaginé que alcanzaría tantos éxitos y tan rápido. Aunque no era un deporte nuevo para mí. A mi hermano le acompañaba por los circuitos de motos de España y esa sensación de velocidad y adrenalina solo la podía sentir con la bicicleta, que me ha acompañado desde pequeño. Una de las claves es que la presión quedó atrás, ahora me divierto más compitiendo”, asegura.
Su espectacular rendimiento tanto en el velódromo como en la carretera avalan aquella decisión. “Me adapté a la pista porque tiene similitudes en los entrenamientos con la natación, esfuerzos muy cortos, pero muy explosivos. Tengo esa chispa de un velocista y cada vez se me dan mejor las pruebas de resistencia. Pensé que con los años iba a estancarme, pero mi curva sigue en ascendente, cada día evoluciono más y mientras que el cuerpo y la cabeza aguante, continuaré pedaleando”, subraya.
Su meteórica progresión le llevó a sus sextos Juegos, Tokio 2020, con el plus de ser el abanderado español. En la cita japonesa experimentó una montaña rusa de sensaciones: enarboló la rojigualda en la ceremonia de apertura, quedó cuarto en la persecución, ganó un bronce en la velocidad por equipos y sufrió un desvanecimiento por un golpe de calor cuando acariciaba la medalla en la crono. “Me dejó un sabor de inconformismo, podría haber hecho un mejor papel. En la pista se me quedó cara de tonto, un día antes de competir nos dicen que al canadiense -Tristen Chernove- lo bajan a mi categoría (C1) y las opciones se esfumaron. En unos Juegos siempre se dan este tipo de sorpresas o aparece gente que no han dado señales de vida durante todo el ciclo y no queda otra que aceptarlo”, lamenta.
Este curso ha demostrado que mantiene su enorme nivel tras haber pisado el podio en todas las competiciones que ha disputado: plata y bronce en el Mundial de pista en Río de Janeiro (Brasil), tres oros y tres platas en las Copas del Mundo de Adelaida (Australia), Ostende (Bélgica) y Maniago (Italia). Con 49 años afronta sus séptimos Juegos Paralímpicos. En París, su mayor apuesta es la contrarreloj de carretera: “Es la prueba en la que tengo más posibilidades de éxito, me siento fuerte para luchar por el oro. Y también me ayuda a preparar la persecución, en la que los chinos -Zhangyu Li y Weicong Liang- son los rivales a batir. Habrá que ver si aparece algún ruso, todo puede pasar. En la ruta, al correr con clases superiores (C2 y C3) las medallas son inalcanzables”.
En el velódromo de Saint-Quentin-en-Yvelines sí apunta al podio en la velocidad por equipos con Alfonso Cabello y Pablo Jaramillo. Ya fueron bronce en Tokio y en el Mundial de Glasgow en 2023. “El oro y la plata están lejos, Gran Bretaña y China están un peldaño por encima. Somos optimistas, creo que nos jugaremos el bronce con Francia o Australia. Sé que, en ciclismo, una medalla en un Mundial tiene mucho valor, pero un metal en una cita paralímpica es lo más especial para un deportista por la enorme magnitud que cobra. Daría los maillots arcoíris que hicieran falta por verme en lo más alto del podio en París, sueño con ello, con esa medalla individual como ciclista”, concluye Ricardo Ten, incombustible al paso del tiempo, un apasionado que persigue asombros deportivos.
RICARDO TEN
Ricardo Ten Argiles (Valencia, 1975). Ciclismo. Plata y bronce en Atlanta 1996, dos oros en Sídney 2000, un oro en Pekín 2008 y un bronce en Londres 2012 como nadador. Bronce en Tokio 2020 como ciclista, posee 14 oros mundiales en pista y en carretera, así como más de una treintena de medallas en Copa del Mundo. En París disputa sus séptimos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Trabajador, luchador y constante. Aunque diría que solo soy una persona extraordinariamente normal, a pesar de mi discapacidad.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Un bañador y unas gafas.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Talento no, pero sí se me da bien cualquier deporte.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme para evitar viajes largos.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A nada en particular.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Una paella valenciana.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A Calpe (Alicante), disfruto mucho, sobre todo, en verano en una cala.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
El retiro espiritual -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un caballo.
10.- Una canción y un libro o película.
‘My Way’, de Frank Sinatra. Y un libro, ‘El sanador de caballos’, de Gonzalo Giner.