‘Never give up’ (‘Nunca te rindas’) es su lema de vida. Lo lleva incluso grabado con tinta en su muñeca derecha. No lo hizo cuando perdió la movilidad de sus piernas en 2013 tras precipitarse con la bicicleta por un barranco de siete metros de altura en la sierra de Madrid. Y menos aún lo iba a hacer al convertirse en madre. Después de ganar el bronce en los Juegos de Tokio 2020, Eva Moral se lanzó ante un desafío complicado, el embarazo, la recuperación, la lactancia, los cuidados de su bebé, sesiones espartanas de entrenamientos… Pero nada le ha frenado, sigue al pie del cañón, siendo una abanderada de la lucha por la conciliación de la maternidad y el deporte de élite.
A sus 42 años recién cumplidos, la medallista paralímpica y mamá de Carmen, conquista por su coraje y osadía a la hora de perseverar en sus objetivos. Ha demostrado que aquel parón no supondría el declive de su carrera y se ha salido con la suya, ya que no solo ha seguido coleccionando preseas internacionales como triatleta, sino que se ha plantado en París 2024. “Mucha gente creyó que me retiraba, es un estigma que tenemos las mujeres deportistas. En ningún momento tenía pensado renunciar a mi vocación, lo tenía todo estudiado. Sabía que el regreso sería más sacrificado, pero al final todo tiene su recompensa”, comenta.
Durante la gestación no dejó de entrenar y dos días antes del parto seguía nadando en la piscina. De hecho, le dio tiempo a ser campeona de Europa y ganar un bronce en el Mundial. “Sabía que iba a estar un año sin competir y eran muchos los puntos que perdía, no quería quedarme descolgada del ranking. Arriesgamos y salió bien, son dos medallas muy especiales porque las ganamos juntas. Cuando sea mayor se lo contaré para que vea lo loca que estaba su madre”, bromea.
Le costó regresar a su mejor nivel y encontrar las sensaciones competitivas. “El postparto fue duro, quise ir más rápido de lo que debía, pero te das cuenta de que tu cuerpo ha sufrido un cambio radical y no puedes exigirle tanto. No descansas como debes porque tienes a un ser humano que depende de ti las 24 horas y psicológicamente me costó más, estaba tocada. Uno de mis miedos era la incertidumbre de si volvería a luchar con las mejores y eso me lastraba. Me preocupaba bajar mucho en la clasificación, ya que, si lo hacía, no podía acudir a las pruebas y sin ello, no tienes opciones de figurar en el ranking paralímpico, es la pescadilla que se muerde la cola”, asegura mientras faena con su hija, que reclama su atención.
Eva y Ángel Salamanca, que vale para un roto y un descosido, entrenador, triatleta, ‘handler’ (asistente en las transiciones), también marido y padre de Carmen, se pusieron a la tarea. “Hacemos un gran equipo, nos complementamos bien, somos muy diferentes de carácter y a veces me tiene que parar los caballos. Cuando entrenamos no se habla de cosas de casa y nos llamamos por nuestro nombre de pila, nada de cari o churri -ríe-. Todo es más fácil con él”, recalca. El punto de inflexión llegó en marzo del año pasado tras llevarse el oro en la Copa del Mundo de Abu Dabi: “Le dije a Ángel que quería ganar el Europeo en Madrid. Y a él, que le encantan los retos, se le iluminaron los ojos. Lo conseguí y ahí empecé a creer otra vez en mí”. Le siguieron cuatro oros más en este último año, tres en la Copa del Mundo (A Coruña, Málaga y Vigo) y uno en las Series Mundiales de Devonport (Australia).
La deportista está recogiendo los frutos de esas pequeñas semillas que ha ido sembrando a lo largo de su trayectoria. Debutó en triatlón en 2014, solo un año después del accidente que cambió su vida. Sus piernas, esas que había tonificado y esculpido gracias al ballet y al ciclismo, quedaron paralizadas por la lesión medular que sufrió al caerse con la bicicleta. “Ese día comenzó a llover, en una bajada derrapé en una curva y me golpeé contra un quitamiedos con la mala suerte de que salté por encima del mismo y caí desde siete metros. Al golpearme la espalda con un árbol ya supe que no volvería a andar”, relata.
Estuvo 20 días en la UVI y medio año en el Hospital de Parapléjicos de Toledo. Allí se convirtió en una doctora honoris causa de la superación y la fuerza de voluntad, siempre con una sonrisa capaz de seducir el corazón más acerado. Sus sueños nunca quebraron y lejos de abatirse, desde el primer minuto quiso manejar la silla de ruedas y se machacó en el gimnasio con la idea de competir en triatlón. “Tuve que partir desde cero, pero era muy positiva, tenía claro que iba a salir adelante. Desarrollé una fuerza en los brazos y en el tronco que antes no tenía. Solo quería volver a nadar, ir en bici y correr. El deporte fue lo que me ilusionó y lo que me ayudó a no caer en un agujero”, confiesa la madrileña, que hasta entonces ejercía como abogada.
A los cuatro meses de salir del hospital ganó el campeonato de España de ciclismo en Águilas (Murcia), “la mejor medalla de mi palmarés”, y una semana después logró un bronce en las Series Mundiales en Madrid. Desde entonces luce un palmarés con una treintena de preseas, siendo tres veces campeona de Europa y bronce paralímpico en Tokio. “Cuando este deporte estaba en pañales estábamos solos, invertí todo el dinero que tenía en material y en viajes, no había ni selección española. Ha sido un camino con obstáculos y con episodios amargos, como el quedarme sin ir a Río de Janeiro 2016”, apunta.
Por ello nunca olvidará aquella mañana mientras entrenaba por la carretera con la handbike y Ángel, que venía detrás acompañándola, la adelantó para pararse en la cuneta y gritarle que su categoría -PTWC- entraba en el programa oficial de los Juegos Paralímpicos: “Dejé la serie a medias y llegué a casa más rápida que nunca por la emoción”. Entre lágrimas se echó en brazos de sus padres, los pilares que le ayudaron a amortiguar el golpe más duro de su vida. Ellos no pudieron acompañarla en Tokio, pero desde la distancia vibraron con la medalla que alcanzó su hija en la bahía de la capital japonesa.
“Fue el colofón perfecto a años de trabajo y esfuerzo, a todos los altibajos. Y eso que fue una prueba accidentada, me perdí en el agua al no ver la boya, en la handbike se salió la cadena y la carrera en silla fue un infierno por el calor y la humedad”, recuerda. Ahora llega a París rodeada de la familia, su mayor motivación. “Me encanta que mi hija pueda vivir el ambiente del deporte. Por ella vengo aquí a dejarme la piel. Cada día que la dejaba con los abuelos para ir a entrenar le decía que es un sacrificio que hago porque la voy a llevar a Eurodisney cuando acaben los Juegos”, dice entre risas. “Que me vea competir es una pasada, sería lo máximo poder dedicarle una medalla”, prosigue.
Con la handbike y con la ‘carroza del demonio’, como llama a su silla de correr, la cual tiene tatuada en el brazo, se siente más fuerte, aunque en la natación ha experimentado una gran progresión, siendo ahora una triatleta más completa. Le preocupa el trazado de la ciudad parisina, principalmente por los adoquines del asfalto. “Sufrimos con las vibraciones, en mi categoría el empedrado lo absorbemos con la espalda cuando vamos con la bici, y lo vamos a sufrir más en la silla ya que podemos volcar o pinchar si la rueda se mete en un adoquín. Fastidia que a la organización les importe más que sea un recorrido con una postal preciosa por los monumentos que nos rodean, pero no las condiciones de los deportistas con discapacidad”, lamenta.
En PTWC figura entre las candidatas a los metales junto a la australiana Lauren Parker, la estadounidense Kendall Gretsch, la canadiense Leanne Taylor y la brasileña Jessica Ferreira. “Venimos peleándonos por los puestos altos, quizás la australiana y la americana están un punto por encima. Voy con las mejores expectativas, con buenas sensaciones y a dar guerra. Psicológicamente habrá que estar fuerte ese día. El podio tiene mucha importancia, pero me iría satisfecha si lo doy todo y saco el trabajo que vengo haciendo. Aunque, sin duda, el objetivo es ganar, entreno para ser la número uno, voy a por mi segunda medalla paralímpica”, sentencia Eva Moral, una mamá que no renuncia a nada.
EVA MORAL
Eva Moral Pedrero (Madrid, 1982). Triatlón. Bronce en Tokio 2020, tres veces campeona de Europa y con una treintena de medallas en pruebas internacionales. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Sociable, cabezota y de carácter.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
El neceser con las cremitas -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Antes del accidente el ballet, ahora ninguno -ríe-. Me encantaría tenerlo en la música, canto fatal, pero me gusta.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
El de teletransportarme.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A defraudar.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El chocolate.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A Sierra Nevada, además de entrenar allí varias veces al año, es un sitio que te ayuda a desconectar.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A Ángel y a mi hija Carmen.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un delfín.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Que bonita la vida’, de Dani Martín. Y película, me quedo con dos, ‘La vida es bella’ y ‘En busca de la felicidad’.